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Acudo a la tienda de la esquina, que está situada a pocos metros de la Redacción. Es un establecimiento pequeño, donde el espacio bien aprovechado, con las secciones ordenadas y bien delimitadas. Cada artículo siempre en su mismo lugar, lo que agiliza y facilita la compra. Los residentes en el barrio nos conocemos y saludamos; somos la misma clientela, que es atendida por los mismos dependientes.

En este domingo lluvioso y mortecino la consuetudinaria normalidad del colmado se ve alterada por una conversación, en el eufónico e inconfundible idioma transalpino, de una pareja de turistas que rebasaron la sesentena. No pasan desapercibidos.

Sin prisa recorren los tupidos pasillos, observan con atención todo lo que se puede adquirir, examinan los estantes y comentan, locuaces, los precios. Ahora se han parado ante los anaqueles donde otean una generosa oferta de vinos y espumosos.

-Qui hanno vini eccellenti e ad un prezzo molto conveniente! –exclama el caballero italiano, que es reprendido por la mujer con rapidez.
-Ma, Carlo, non siamo venuti qui per comprare questi vini colorati rossi. Ricorda que habbiamo dieci euro.

O sea, los dos visitantes italianos, que han buscado una tienda situada lejos del centro de la ciudad, saben que han de gastar diez euros. Este es su presupuesto. Sigo, con curiosidad, su periplo y, con discreción, observo, al llegar a la caja, los artículos que han adquirido, dispuestos para ser escaneados.

La compra está a la vista de todos. Tres botellas grandes de agua que han cogido de la nevera; dos zumos pequeños en envase de cartón; una bolsa grande de patatas fritas; una caja de galletas ‘maría’; y un paquete de lonchas de queso.

-Questo è tutto. Quanto, prego.
La cajera les entrega el ticket.
-Son 9,90.
-Splendido.

Es el nuevo turismo de ‘súper’ con presupuesto de diez euros diarios.