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Es espeluznante conocer como ocho niñas de entre 12 y 14 años han agredido brutalmente a otra menor, con discapacidad psíquica, en un callejón. Según la madre de la víctima, porque había aconsejado a su hija que no frecuentara la compañía de una de las agresoras por ser una mala influencia, extremo que ha demostrado sobradamente. La venganza fue emprenderla a golpes y patadas, agarrarla del pelo y tirarla al suelo, después de semanas de insultos y amenazas a través de las redes sociales, convertidas una vez más en campo de exterminio de dignidades personales. Tal es el grado de envilecimiento al que pueden conducir esas mallas telefónicas que las niñas agresoras grabaron la paliza con sus móviles, seguramente para compartir su abyecto comportamiento con sus seguidores y grupos del universo digital.

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El catedrático de Literatura, Antonio Monegal a raíz de una conferencia en Palma sobre la moderna deriva de la enseñanza, ha comentado que las redes sociales tienen tanta o más influencia incluso que el sistema educativo. Aquel aserto, probablemente anticuado, que sostenía que la familia educa y la escuela enseña debe provocar hoy sonrisas displicentes. Cuando unos padres dejan sus artilugios móviles a una criatura de apenas unos pocos años para que se entretenga con lo que sea que se distraen las criaturas de esa edad, quizá están promoviendo una ulterior dependencia del celular y, lo que sería peor, trasladan a las redes sociales la responsabilidad de inculcar los valores que dan sentido a una sociedad.

Por mucho que se intente comprender cómo deben sentirse los padres de la niña agredida por sus supuestas compañeras, difícilmente se alcanzará su grado de rabia, frustración y desánimo, por ver a su hija cruelmente atacada en una acción que, además, no puede será sancionada al tratarse de menores inimputables. Y hasta dónde pueden llegar mañana esas niñas que han comprobado por la vía de los hechos la impunidad de sus actos. Sin duda, habrá expertos en la infancia que encontrarán explicaciones y elementos de descargo para sus conductas, la familia, el entorno, el grupo en redes o la misma sociedad. Por añadidura, ocho niñas violentas son una gota de agua en el mar de normalidad en el que se desenvuelven las personas de su edad. Su acción es porcentualmente inapreciable. Sin embargo, también es innegable que casos como el descrito, con diferentes características, se suceden cada vez con mayor frecuencia. Lugares como la Estación Intermodal de Palma o emplazamientos similares en otros pueblos y ciudades obligan a encender todas las alarmas por la progresiva extensión de pautas violentas por parte de personas de todas las edades, bandas y grupos, organizados o no.
Después de varios meses, la policía ha detenido a cuatro jóvenes de entre 18 y 20 años de edad que serán acusados de homicidio en grado de tentativa por el asalto a otro joven al que provocaron graves heridas por las que tuvo que ser atendido en la UCI. La sección de Sucesos es el reflejo del lado más oscuro de la sociedad. Es evidente que no representa al conjunto de ciudadanos, pero constata que la maldad existe y se manifiesta a diario. Tal vez no sea suficiente una declaración del Parlament de condena de las declaraciones políticas que fomentan el odio.