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De tantas veces que ha ocurrido, se ha convertido en costumbre. Me cuenta mi amigo Pere que en el autobús del TIB que hace el trayecto de Sóller a Palma es muy habitual que los turistas ocupen un asiento y sus equipajes, otro. «Los hay que llevan cuatro maletas», me explica. Mientras, hay niños y personas mayores que tienen que ir de pie porque ya no hay asientos libres. El chófer, parece ser, no se entera porque bastante tiene con conducir. Así que los pasajeros se tienen que autogestionar y algunos de ellos tienen que explicarles a los turistas que los asientos son para las personas, no para los equipajes. Porque debe ser que en sus países es costumbre dejar a las personas de pie mientras sus trastos ocupan el lugar de los pasajeros, ¿qué más da? ¿Importamos acaso los nativos?

Mi amiga M. vive a tres calles del centro de Sóller en una habitación alquilada. Trabaja en el mismo pueblo y reconoce que tiene la inmensa suerte de poder ir caminando a su puesto de trabajo. «Es que no me atrevo a sacar el coche durante el fin de semana o en verano». Al final, mi amiga está atrapada. Vive un secuestro involuntario en uno de los pueblos más bonitos de la Isla. Da lo mismo que haga bueno o que sea un día lluvioso. Que sea plena temporada alta o invierno: dice que sufre atascos a todas horas.

Este verano, el alcalde de Santorini recomendó a sus habitantes no salir de sus casas porque llegaba un desembarco masivo de cruceros y sus cruceristas. El 23 de julio llegaron 11.000 cruceristas en Santorini, que tiene 17.000 habitantes. «Se ruega precaución y reducir al máximo nuestros desplazamientos», dijo el alcalde. Pasan los siglos y las invasiones bárbaras siguen haciendo de las suyas.