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Desde que dejé de pagar por ver el fútbol y me he conformado con seguir los partidos por la radio soy el primero de mi calle en gritar los goles del Madrid. Si lo llego a saber, lo dejo antes. Escuchar la narración de los partidos a través del transistor no solo me permite dedicarme mientras tanto a otros asuntos -como escribir algún que otro articulito como este, sin ir más lejos-, sino que además, gracias a esas cosas del retardo, me da la oportunidad de disfrutar durante hora y media de la experiencia que supone sentirme lo más parecido a uno de esos viajeros en el tiempo que vienen del futuro con la lección bien aprendida. Como el personaje de aquella novela de Stephen King que viaja al pasado con la intención de evitar el asesinato de Kennedy en Dallas y mientras transcurren los meses y hasta que le dan una paliza por listo se gana la vida apostando en competiciones deportivas cuyos resultados lleva anotados en una libreta.

Sé cosas que vosotros todavía tardaréis un poco en ver, podría decir yo también en tono solemne, remedando ahora a aquel otro de la película. A veces incluso casi medio minuto. Así no es raro que en más de una ocasión, en plena Champions, haya tenido la tentación de salir corriendo a la calle y ponerme a tocar los timbres de las casas de mis vecinos de enfrente para avisarles de que estén atentos porque en nada viene el gol.