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Si falla Dios, siempre está el Mossad, comentan con ironía en las agencias de inteligencia de todo el mundo. Y visto lo visto en el Líbano, algo de eso debe ser cierto. El atentado múltiple con ‘buscas’ de Hizbulá por parte del servicio secreto israelí los ha reafirmado como una suerte de extraterrestes de la información, después de la hecatombe del pasado 7 de octubre, cuando no detectaron a tiempo que Hamás iba a perpetrar la carnicería de los kibutz y del festival de música en Israel. Pero el golpe del Mossad, por muy espectacular que sea, es uno más en la larga lista de operaciones especiales que los espías judíos llevan a cabo desde los años cincuenta. El más sonado, quizás, fue la captura del jerarca nazi Adolf Eichmann, el 11 de mayo de 1960. El mandatario alemán, responsable de la deportación masiva de judíos durante la guerra, se había refugiado en Argentina tras la derrota de Hitler y trabajó, entre otros empleos, en una fábrica de gas. Lo cual no deja de ser trágicamente paradójico teniendo en cuenta que Eichmann gaseaba judíos de forma industrial. El Mossad, sin embargo, no perdona. Y tiene una memoria prodigiosa. Los espías viajaron a Buenos Aires, lo sacaron inconsciente en un vuelo haciendo creer que estaba borracho y lo sentenciaron a muerte en Israel. Y sin despeinarse.