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Imagino que muchos de ustedes conocen el viejuno chiste del comunista dispuesto a compartir con sus semejantes todos los bienes, recursos y fondos habidos y por haber en nuestro planeta en pos de la justicia social, con la sola excepción de una humilde bicicleta, porque resultaba que la bicicleta era lo único que era de su propiedad.

La moraleja del cuento, sintetizada en el refranero español con aquel sabio «una cosa es predicar y otra dar trigo» casa perfectamente con nuestra realidad política.

En Més per Mallorca, superada la etapa de defensa de sus bicicletas (si es que alguna vez anduvieron montados en una y no en un SUV), han actualizado el viejo chascarrillo a las condiciones socioeconómicas de la Mallorca del siglo XXI.

Ahora, lo que defienden los Apesteguia y Alzamora no son los sacrosantos derechos inherentes a la propiedad privada de un biciclo, sino los de los chalés con piscina, salvo los de todos aquellos que no son de su propiedad, claro.

Personalmente, no tengo objeción alguna -más allá de la constatación melancólica de que los mallorquines pronto seremos extraños en nuestra tierra- a que cualquier ciudadano pueda disponer libremente de sus bienes vendiéndolos a quien le venga en gana, siempre que se respete la ley. Por tanto, las lágrimas de cocodrilo del Sr. Apesteguia en el Parlament aludiendo a la invasión de la esfera privada de los políticos -refiriéndose a sí mismo y a su colega artanenc- no me conciernen en absoluto.

El problema es que quienes sí han mostrado públicamente objeciones a operaciones urbanísticas e inmobiliarias similares a las llevadas a cabo por Jaume Alzamora y Lluís Apesteguia o por personas de su entorno más próximo son, precisamente Jaume Alzamora y Lluís Apesteguia. Tirando de nuevo de refranero, en Mallorca decimos que «en parlar de mi, no ric».

Del viejo PSM -germen de la actual Més- se dijo siempre que desprendía aroma conventual, lo que además tenía una base sociológica cierta, pues muchos de los antiguos cargos y personas de relevancia entre los soberanistas se habían formado y ocupado distintos puestos y dignidades en instituciones de la Iglesia. Hoy esa influencia monástica es mucho menor, pero se ve que lo de predicar des de sa trona al populacho y luego hacer lo contrario de lo que se predica -algo muy propio de la versión caricaturesca de los párrocos de siglos pasados- dejó una profunda huella en el partido. Siendo precisos, podríamos denominar esta corriente como ‘ecosoberanismo fariseo’.

Pero es que, además, el fariseísmo no solo se manifiesta en el hecho de vender a extranjeros tus propiedades cuando estás pidiendo la prohibición de este tipo de operaciones, o en construir una piscina en tu vivienda al tiempo que estás promoviendo que se veten estas instalaciones a los demás. También hay una gigantesca dosis de fariseísmo en la izquierda en general al censurar a los demás políticos de otras opciones lo que hacen sus familiares -véase el infame acoso sobre el alcalde de Santa Margalida, Joan Monjo- mientras ellos tienen la desfachatez de salir a la palestra y pedir respeto para su intimidad familiar.

La hipocresía y la incoherencia política no son todavía delito, pero los ciudadanos, señores Apesteguia y Alzamora, no son tan tontos como ustedes creen.