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El Papa ha mostrado interés en visitar Canarias para estar cerca de quienes protagonizan el drama de la inmigración. Lo ha hecho según regresaba de su largo viaje por tierras de Papúa. Quizá allí haya sido testigo del modus vivendi de algunas de las personas más pobres de la Tierra y comprenda el deseo de quienes tienen una vida tan dura de emigrar a buscar oportunidades en lugares más amables. Por eso le invito a que se deje de monsergas viniendo a Europa y dedique su influencia a ponerles las pilas a quienes dirigen esos países llenos de injusticia, violencia y desigualdad. Un primer paso imprescindible podría ser recorrer las naciones más castigadas del África negra y promover allí el uso de anticonceptivos y, sobre todo, de preservativos, algo tan sencillo y barato a la vez que milagroso: evita el contagio del sida y otras enfermedades terribles y garantiza a las mujeres que tendrán hijos cuando quieran y solo los que quieran. Esa sería una gran aportación al futuro de esos pueblos. Condenarles a seguir intentando la ruta atlántica o la mediterránea es empujarles al peligro de muerte primero, a la discriminación, la incertidumbre y el desarraigo después. Eso si consiguen establecerse y salir adelante, que nunca está asegurado. Permanecer anclados en las creencias de hace dos, tres o veinte siglos es criminal, especialmente si tus seguidores son pobres, ignorantes y están manipulados. No basta con transmitir esperanza y darles un abrazo. Lo que necesitan esas gentes es hacer una revolución social, económica, religiosa y política en territorios donde lo único que prevalece es la injusticia. Por desgracia para Francisco, el primer paso tendría que ser deshacerse del islam y del cristianismo.