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Cuánto se echa en falta un cineasta como Berlanga en estos tiempos de convulsión política para hacer habitable la realidad, que es la primera función del humor, según el escritor mejicano Antonio Ortuño. Luis García Berlanga (1921-2010) diseccionaba, a través de sus películas, la realidad de cada momento desde una perspectiva crítica, sin rémora alguna para la sátira más ácida y siempre con la fina ironía que constituye una de las señas de identidad del director. Tan profunda es su huella que el Diccionario de la Real Academia incluye el término berlanguiano para calificar todo aquello que tiene rasgos característicos de la obra del cineasta.

La celebración en Palma el próximo día 4 de octubre en el Castillo de San Carlos del cuadragésimo aniversario del rodaje de una de las producciones imprescindibles de Berlanga, La Vaquilla, debería servir para llevar a reflexionar a los políticos que parecen empeñarse en desenterrar el frentismo y los odios de la Guerra Civil española, nada menos que 85 años después, con lo que conlleva de menosprecio al esfuerzo de respeto y tolerancia que durante la Transición hicieron quienes habían protagonizado el sangriento conflicto. El laudable objetivo de abrir las tumbas anónimas en las cunetas para devolver los muertos a sus familias ha derivado en un proceso general contra la generación del abrazo y la reconciliación.

El trámite parlamentario para la derogación de la ley de memoria de Balears, que Vox había impuesto al PP, aunque después de la ruptura por parte de los de Abascal la presidenta decía sentirse liberada de los compromisos, reaviva el contencioso entre el Govern de Prohens y la izquierda; la guerra y sus consecuencias de nuevo en el centro de la pugna política. En ocasiones, con estulticia: preguntaban al ministro de Exteriores, Albares, si coincidía con su colega de Defensa en calificar el régimen venezolano como una dictadura. La respuesta, más o menos literal: para hablar de dictaduras, el PP debería empezar por la dictadura de Franco… Sin Berlanga para poder contarlo. A su manera. A la de La Vaquilla. O de cualquier título de la dilatada filmografía con la que impulsó decisivamente la renovación del cine español de la postguerra. Luis García Berlanga rodó en Mallorca una de sus joyas, El Verdugo, en 1963.

El director ha sido reconocido en los festivales nacionales e internacionales más importantes y, entre otras distinciones, hay que señalar la candidatura al Oscar por Plácido (1961), el Goya a la mejor película, Todos a la cárcel (1993), el Premio Príncipe de Asturias de la Artes en 1986 y fue proclamado uno de los diez cineastas más relevantes del mundo en el festival de Karlovy Vary. En 1988 ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Su lección inaugural: «El cine, sueño inexplicable».
La iniciativa del aniversario homenaje a La Vaquilla y a su director responde a la pasión por el cine de Juan Carlos Caro, un madrileño por nacimiento y mallorquín por elección que debutó como profesional de la producción cinematográfica con Luis García Berlanga precisamente en el rodaje de esa película, primera de una extensa trayectoria como productor de cine y televisión. El otoño cultural, pues, será el del reencuentro con el cine de Berlanga.