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Aparece estos días un zagal en las redes sociales que enarbola un discurso un tanto curioso ante lo que parecen los micrófonos de un pódcast. Escandalizado por lo que considera una de las grandes injusticias de esta nuestra civilización, advierte que «hay padres que exigen a sus hijos que saquen al menos un cinco». Y lo denuncia ante los micrófonos, ojo. Para después rematar sentenciando que «esto somete a los jóvenes a una presión brutal». El muchacho prosigue su discurso con unos conceptos muy bien asimilados, desde luego ha dado clases de oratoria, y defiende que «soy algo más que un número, no pueden presionarme así». Así que tenemos a chavales que están lloriqueando en las redes porque tienen que estudiar y sus padres les piden un aprobado raspado. «Es que lo importante no son las notas, sino los valores», defiende el chaval, mientras los que le acompañan asienten con la cabeza, dándole la razón. Que los valores son fantásticos (ojo, a ver qué alternativas enarbola el zagalerío, hay cierta confusión en el gallinero de las redes), pero también está por delante el tesón, el esfuerzo y la disciplina. A un futbolista le pedirás goles o pases efectivos, lo que al final se traduce en resultados para su equipo. E insisto, los valores y la ética son estupendos y totalmente necesarios, pero habrá que empujar un poco en la vida. Ya sea estudiando, entrenando o en otro ámbito. Lo que me lleva a pensar que el miedo al esfuerzo y a la repetición en las aulas va en contra de la cabezonería de deportistas, estudiantes de Medicina o de Filosofía, escritores ante la página en blanco o una persona normal que, después de todo, se tiene que enfrentar a la vida.