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Algunos politólogos han diferenciado entre la «guerra institucionalizada» y la «guerra de aniquilación» o «de exterminio». En la guerra institucionalizada se cumplen ciertas normas, se reconoce la dignidad y derecho a existir del enemigo y se es consciente de que tras la guerra habrá que reanudar las relaciones. Entre estas guerras de respeto y guante blanco –dentro de lo que cabe– se cuentan las que libró Alemania contra Reino Unido, Países Bajos y Francia, la de Reino Unido y Argentina por las Malvinas o incluso la actual entre Rusia y Ucrania. Por contra, la guerra de aniquilación se define como una forma radicalizada de guerra en la que se eliminan «todos los límites psicofísicos», la legitimidad y la fiabilidad del adversario se niegan y se degrada a éste a la condición de enemigo absoluto, de peligroso infraser con el que no se puede ni conviene llegar a un entendimiento. Estas guerras de exterminio son continuadoras de la guerra total, iniciada por Napoleón y aplicada con entusiasmo por los nazis. Fueron guerras de exterminio buena parte de la conquista de América y la mayoría de las guerras coloniales, la que llevó a cabo Alemania contra la Unión Soviética y la de Japón en Manchuria, y lo es, de modo destacado, la que está perpetrando Israel contra Palestina.

Israel aplica a rajatabla su autóctona doctrina Dahiya, acabado ejemplo de guerra de aniquilación, que propugna el uso de la fuerza «desproporcionada» contra zonas civiles y «no hacer distinción entre objetivos civiles y militares». Su objetivo último es la anexión de toda Palestina y de todas las tierras posibles de sus vecinos (Irán, Irak, Líbano y Siria) mediante el exterminio y la limpieza étnica. La impunidad es escandalosa; ya saben: hay quien pretende llevar a Maduro y Putin al TPI, pero Netanyahu es aclamado en el Congreso de EE UU y ayer habló en la ONU en lugar de ser detenido. Pero Palestina se ha convertido en un símbolo universal, un indicador de la condición humana como lo fue Vietnam. El mundo observa, no apartemos los ojos, porque la equidistancia y la indiferencia no son opciones válidas. Por cierto, el domingo día 6 hay manifestación en la plaza de España de Palma, allí nos vemos.