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Una tinaja es una vasija panzuda de barro, de forma ovalada, cuello ancho y generalmente sin asas, que la humanidad viene usando como recipiente desde hace más de tres mil años. El Mediterráneo está lleno de restos antiguos de tinajas, que ya aparecen en la Biblia, en Las mil y una noches (con o sin 40 ladrones dentro) y en la Persia sasánida. Unos 350 años antes de Cristo, el filósofo Diógenes de Sinope, cínico, vivía con su perro en una confortable tinaja y si se han fijado en el tamaño de los jarrones chinos, figúrense el de sus tinajas. Dios fabricó al ser humano partiendo del barro, pero más meritorio fue que esta criatura de barro lograse imaginar muy pronto una tinaja, también de barro. Y que aprendiera a fabricarlas, insuflándoles un alma como si fuesen gólems. Ánforas y cántaros para contener aceite, agua, vino o fermentados, ya fueron un invento extraordinario, decisivo para la civilización y el lenguaje poético (ah, la palabra ánfora, la palabra cántaro), pero la tinaja constituye el paso definitivo.

Un recipiente que además de contener agua, aceite y vino contiene filósofos (y sus perros), es un invento asombroso, porque para qué hacer cosas necesarias si no tienes un sitio donde guardarlas. La tinaja supera a cualquier plataforma actual de contenidos y ya desde el nombre. Cómo vas a comparar una plataforma con una tinaja panzuda a la hora de contener algo. Sobre todo si ese algo es kimchi coreano, o makgeolli, que exigen para su confección varias tinajas enterradas en el patio hasta el cuello. Porque dentro de una tinaja, filósofos aparte, pueden ocurrir prodigios y transformaciones superiores a la del agua en vino o el arroz en alcohol. De hecho, como explica la arqueología, toda la cultura universal se asienta sobre un vasto lecho de tinajas rotas. A poco que escarbes en la historia de los seres humanos, encuentras pedacitos de tinajas pretéritas, de modo que bien puede decirse que además de contener toda clase de cosas, la tinaja cuenta historias. Sin ese invento sublime, realizado a imagen y semejanza de Dios, no sabríamos nada sobre nuestro pasado, esa ficción, ni tampoco sobre nosotros mismos, esa otra. Ah, la tinaja. Qué invento.