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En política no todo han de ser amarguras y si algo hay que agradecer a Vox es, al menos, provocar unas risas, que por otra parte suponen haber dilapidado en poco más de un año el capital político que pudiera tener, lo cual no es una mala noticia desde la perspectiva de la moderación y el sentido común como ejes de la acción pública. En pocos días, el debate de política general en el Parlament y la consiguiente votación de propuestas de resolución servirán para verificar las posibilidades del Govern para aprobar leyes como la de simplificación administrativa y, sobre todo, el techo de gasto y los presupuestos para el próximo ejercicio.

Con el estado de descomposición actual de Vox sería excesivamente aventurado hacer pronósticos, de forma que habrá que guiarse por lo que dicen y hacen los parlamentarios de ese partido. Son pocos, pero solo los voxólogos más avezados pueden estar en condiciones de anticipar acontecimientos. Su portavoz, Manuela Cañadas, no deja resquicios a la duda: se hará lo que diga Madrid, cosa que por otra parte sucede en todos los partidos nacionales, sanchistas, PP y lo que queda de Podemos/Sumar, aunque sin exhibir tanto entusiasmo. Y Madrid, Santiago Abascal, afirma estar preparando una «batería de propuestas» para los presupuestos de las comunidades donde gobierna el PP, después de la ruptura de relaciones con los populares por negarse estos a compartir la radicalidad de sus planteamientos inmigratorios. Si insisten en la inmigración, el PP ha votado esta semana en el Parlament en contra de la propuesta de referéndum sobre la cuestión auspiciada por Vox, además de oponerse a otra de las obsesiones de la derecha radical, el llamado pin parental. La de cal del PP ha sido el mantenimiento de Gabriel le Senne en la presidencia del Parlament, a pesar de sus problemas con la justicia a cuenta de su actuación cuando el debate sobre la derogación de la ley de memoria.

En cualquier caso, a la espera de conocer esas propuestas, la pregunta es quiénes se plegarán a lo que diga Madrid. Los llamados críticos del grupo, Idoia Ribas y Sergio Rodríguez, con un expediente de expulsión todavía vivo en su contra, han exigido por escrito a la dirección nacional de su partido la destitución de la portavoz actual, Manuela Cañadas: los habría puesto de vuelta y media en una Junta de Portavoces. Hablar mal unos de otros es una práctica bastante habitual en todos los partidos, pero en Vox se eleva a categoría política de primer orden. Otros dos diputados, Xisco Cardona y Agustín Buades, pusieron tierra de por medio y han dejado el grupo parlamentario manteniendo, faltaría más, acta, sueldo y privilegios. Buades, finalmente, antes de que le echen ha anunciado su baja del partido. Sobre el papel se mantienen leales a la dirección nacional la portavoz parlamentaria, la presidenta del partido en Balears, Patricia de las Heras, Gabriel Le Senne, a expensas de lo que resulte de su reciente comparecencia judicial, y María José Verdú. El epílogo, hasta la próxima sacudida, lo ha puesto el vicepresidente del Consell de Mallorca, Pedro Bestard que ha dimitido como dirigente regional por sus desencuentros con la presidenta de Vox. Con estos mimbres, Marga Prohens deberá tejer el cesto de los presupuestos. A ver qué sale.