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Hace un mes aproximadamente estuve en mi ciudad natal, Mahón. Eran las fiestas de Nuestra Señora de Gracia, patrona de la ciudad. Me dirigí a la Ermita de la Virgen, como concejal, para acudir a la cita anual de las Solemnes Vísperas de la vigilia de la fiesta. La Ermita de estilo gótico, con añadidos barrocos y neoclásicos, está a las afueras de la ciudad, hacia el sur, junto a ella se construyó el cementerio. La visita a la Ermita es siempre aprovechada para entrar en el campo santo y recordar a los difuntos. Me entretuve en visitar diferentes sepulturas de familiares y viejos amigos de la familia. Pero todos, absolutamente todos, estaban unidos por el silencio. Un silencio que era como un grito de paz, de concordia y de reconciliación. Al final todas las batallas libradas por los difuntos habían finalizado. El vencedor había sido Dios. La ciudad de los muertos habla a gritos con su silencio, pero los vivos no la quieren escuchar. La experiencia es sublime, se lo recomiendo. Pero hay que ir en soledad para poder escuchar el silencio.

El silencio es enormemente creador. Los artistas tienen una ventaja respecto de algunos políticos, su silencio es productivo. Qué haríamos sin poder contemplar las maravillosas creaciones artísticas que existen en el mundo. Nos inspiran, nos interpelan, nos provocan y nos estimulan.

Los políticos deberíamos ser más contemplativos y buscar oasis de silencio para pensar y reflexionar acerca de nuestro trabajo y misión. Hay un modo contemplativo de ver el mundo, según Josef Pieper. El que contempla ha encontrado lo que busca el que piensa. Pero ojo, contemplar no es sólo ver o mirar. La contemplación es la silenciosa percepción de la realidad. Cómo cambiaría el mundo si estuviera lleno de contemplativos, cada cosa entraña y esconde en el fondo una marca de origen divino que sólo se ve contemplando.

Hay políticos contemplativos. Cómo olvidar a los grandes Alcide de Gasperi, Konrad Adenauer y Robert Schuman, padres fundadores de la Unión Europea. Los tres católicos, los tres con una visión cristocéntrica del proceso de construcción europea. La política, noble profesión y oficio, tiene también un gran contenido científico. Para Aristóteles es el modo de clarificar y distinguir la polis de otra forma de sociedad. El hombre es, como habitante de la polis, un animal político. De este modo podemos afirmar que el político contemplativo nunca será corrupto; o si tanto se quiere, el político que no es corrupto es, sin duda, un político contemplativo, sobre todo si legisla en beneficio de los ciudadanos. La ética política depende de manera indubitable de la calidad de la contemplación de los políticos.

Reconozco que es una visión propia la expuesta hasta ahora, pero como diría Émile Zola: «Qué me importa una abstracción filosófica, qué me importa una perfección soñada por un grupito de hombres. Lo que me interesa a mí, hombre, es la humanidad (…) lo que me conmueve, lo que me hechiza en las creaciones humanas, en las obras de arte, es reencontrar en el fondo de cada una de ellas un artista, un hermano, que me presenta la naturaleza bajo un rostro nuevo, con toda la potencia o toda la dulzura de su personalidad». Y añado que, si este hermano que se encuentra en el fondo de la creación artística, política o científica es un contemplativo, habrá sabido, sin duda, mejorar la enseñanza de la naturaleza hasta el punto de crear nuevas formas en que resplandezcan las mismas cualidades de las formas clásicas. Como bien apunta Manuel de Falla: «¡Pobres de los que, alucinados por la flamante belleza del arte nuevo, rechazan el antiguo!».

No hay ruptura entre lo antiguo y lo nuevo, no la puede haber. Por eso Torcuato Fernández Miranda, insigne político, consagró la gran frase de la Transición española: «De la ley a la ley». Cuando hay ruptura, hay inseguridad, revolución, caos y retroceso. Por esa razón el centroderecha es progresista, porque avanza y progresa dando pasos firmes sin renegar de lo antiguo y aprovechando lo mejor de él.

Muchos de los problemas de la izquierda actual parten de haber bebido de las fuentes de aquellos que no entendieron el Concilio Vaticano II. Pensaron, fruto de una lectura precipitada y errónea del Concilio, que la Iglesia se instalaba en una Pascua eterna en la que no cabía la Pasión y Muerte de Jesucristo. De esta forma generaron una ruptura histórica, teológica, religiosa y trascendental acerca del Misterio de la Redención humana. La Pascua sólo tiene sentido si hay pecado y, posterior, redención. Por eso el término «Oh, félix culpa!» de la liturgia de la Vigilia Pascual. La influencia religiosa en nuestro mundo occidental es una constante en todos los ámbitos, también en la política.

La errónea ruptura teológica, antes mencionada, llevada a la política, produce un nuevo error: permite, de forma temeraria, pensar que podemos obviar el pasado y crear un nuevo comienzo político ex nihilo sin los anclajes históricos que nos permitan avanzar y progresar de modo seguro. Es decir, nos llevan a un nuevo neomarxismo, en un sentido no académico del término, de segunda mitad del siglo XX y principios del XXI.

A través del conocimiento, teniendo en cuenta la historia, con prudencia, aplicando el sentido común, necesitamos imperiosamente el progresismo del centroderecha con políticos contemplativos y prudentes que promuevan las necesarias leyes que mejoren la vida de los ciudadanos. Ustedes decidirán quiénes son. Los electores de Baleares ya han hablado con contundencia y espero y deseo que lo hagan en el futuro con más fuerza si cabe para que el gobierno de nuestra polis siga en manos de los prudentes.

Necesitamos políticos prudentes y contemplativos que en el silencio encuentren la inspiración necesaria para llevarnos a la Ciudad terrena imagen de la Ciudad celestial, como diría San Agustín.