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Hasta Rusia se ha extendido la obsesión con la inmigración irregular que barre Europa (y EEUU, Canadá…) Allí no se andan con chiquitas y aunque solo tienen seis millones de extranjeros (para 145 millones de habitantes), el viceministro de Interior ha ideado un sistema para animar a que se larguen y, sobre todo, para impedir que lleguen nuevos. Se trata de un bloqueo total para quienes permanecen en suelo ruso sin la documentación adecuada: no podrán alquilar vivienda, escolarizar a sus hijos, sacar dinero del banco o casarse/divorciarse. Serán auténticos parias. Su motivación es la seguridad. La mayoría de quienes traspasan sus fronteras de forma ilegal proceden de países de Asia Central y de allí precisamente son los terroristas que amenazan la tranquilidad de los ciudadanos rusos desde hace décadas.

Además, dicen, se ha constatado un aumento notable de la delincuencia a medida que el porcentaje de extranjeros crece. Es el argumento de la extrema derecha de todo el continente y no está demasiado lejos de la realidad, aunque oficialmente se niegue para evitar brotes de xenofobia violentos. Sin embargo, a pocos gobernantes les interesan los carteristas, los violadores, incluso las bandas organizadas que secuestran, amenazan o extorsionan. Lo verdaderamente peligroso, lo que pone en jaque a una nación, es el terrorismo. Rusia sabe mucho de eso. En el atentado grave más reciente, en marzo, murieron 130 personas a manos de islamistas radicales de Tayikistán. El partido nazi alemán incluyó en su programa de 1920 el objetivo de segregar a los judíos de la sociedad ‘aria’ y de abolir sus derechos políticos, jurídicos y civiles. Cien años después, ¿estamos a las puertas de algo similar?