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A estas alturas uno empieza a sospechar que muchos de nuestros políticos, a fin de mantener su acrisolada incompetencia y superarla cada día, han añadido a su dieta diaria el consumo de Ayahuasca, festejado alucinógeno cuyo nombre en quechua significa «la soga de los espíritus». Salvo Ayuso, claro está, que de pequeña cayó en una marmita llena de tan beatífica droga y así le va. Digo esto porque, en política, en principio fue la idea, más tarde la ocurrencia y últimamente el delirio, que, junto a los bulos, es lo que más cunde y apasiona.

Y así tenemos a un Feijóo, por ejemplo, proponiendo una reducción de los días laborables con la que se trabajaría más, abriéndole las puertas al Senado a una congregación ultra para que se despachen a gusto contra el aborto o llamando a rebato a sus cuates autonómicos para que incumplan la ley de vivienda aprobada en el Congreso. Tan subido está entre esto, aquello, Israel y Venezuela que no sabe dónde poner el huevo, y eso que no es Dios porque no quiere.

En la otra orilla, la de las arenas rosas, tampoco van a la zaga. Mismamente, la ministra de la Seguridad Social nos ha salido con eso de las «bajas médicas flexibles», que traducido en cristiano preconciliar quiere decir que un trabajador, a fin de completar sus magros ingresos, pueda compaginar su baja con el trabajo, si es por voluntad propia. Fórmula que también proponen aplicar en los casos de pensiones bajas. ¿Para qué molestarse en plantear salarios o pensiones mínimas razonables?