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Hace poco más de un mes que una mujer declara haber sido drogada para ser violada por hombres, muchos, en su cama. El ritual lo organizó su marido. Durante diez años fue «una muñeca de trapo» al servicio de unos tipos que ante la evidencia de sus atrocidades no son capaces de pedir perdón ni de mirarle a la cara. Ella, Gisèle Pelicot, es la víctima. A cara descubierta. Ellos, los acusados, se tapan. El marido, el perpetrador de este horror, retrasó su comparecencia. Estaba enfermo.

A medida que se van conociendo detalles, van cayendo las caretas, no hay artificios a los que ampararse ni siquiera ser defendidos por mujeres. Los acusados de violación suelen buscar abogadas para hacer mostrar que nos quieren, y que si se han pasado de la raya es por culpa de ellas, siempre las mujeres, que han provocado el arrebato del macho. Que si una falda demasiado corta, que si un gesto provocativo, que si dijeron que sí y luego no, pero ya estaban en el follón, y tú que te crees, ¡zorra! (Bofetada). Y un te vas a enterar. En el caso de Gisèle aún es peor porque ha estado drogada durante una década. Solo que la bella durmiente ha despertado y ha puesto el foco en el corazón del patriarcado. ¿Qué pasa en una sociedad como la francesa, que mucho liberté, legalité, fraternité, sigue maquillando la violación bajo el paraguas del abuso sexual? Los discursos anticonsetimiento han intentado silenciar a las víctimas, lo sabe bien la víctima de ‘La Manada’ aquí en España. La estrategia es elevar la sospecha hacia la víctima en una telaraña de sutilidades que acaban instalando entre la sociedad una duda que muestran como razonable. Por eso, millones de Gisèles callan. Pero no ella. Ni tantas otras.

No olvido la frase «cualquier puede ser un agresor», lanzada por Eliane Barreto, terapeuta y ginecóloga, al describir lo que ya millones de mujeres saben: es en el interior del hogar donde el horror se apodera de las víctimas. Nadie ha visto nada. Nadie sospecha. Esas gafas oscuras usadas de noche por tu vecina, esos gritos silenciados que asoman por la ventana, ese azote en el culo que el hombre propina creyendo que la mujer es una mula y que a ella no le molesta.

No caeré en la comparación porque la violación es delito y la prostitución no, solo que sí es delito la trata de personas. ¿Aún hay quien no ve que muchas de las mujeres que venden su cuerpo son víctimas de la trata? Sí. Es más fácil mirar hacia otro lado. No estaría de más que recordasen algunos de esos clientes que sin demanda no hay trata. ¡Al menos dale vueltas cuando deposites tu pasta!
Este viernes el juez permitió que se proyectasen los vídeos de las violaciones que filmó el marido de Gisèle, ante la prensa y en presencia de público. Muchos no pudieron aguantar y salieron. Goethe pidió luz en el lecho de muerte. Gisèle reclamó transparencia en un juicio que hará historia porque si ella habla de su infierno es para dar alas a las mujeres que siguen siendo víctimas de un machismo que, a muchos hombres, no lo dudo, también les avergüenza.