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Hace treinta años bailaba en la pista de BCM hasta la madrugada. El sábado pasado la propuesta era aún más excitante que una noche de música electrónica: ver a David Uclés (autor de La península de las casas vacías) y a Sergio del Molino (que acaba de publicar Los alemanes) hablar de provincias despobladas y de una Guerra Civil jamás contada en las aulas porque el tiempo se nos ha echado encima y no hemos dado todo el temario. La culpa de todo lo tiene el Festival de Literatura Expandida de Magaluf (FLEM), organizado por Rata Corner.

Uclés hablaba del orgullo de pueblo después de estar quince años (tres lustros) escribiendo una novela en la que ha recogido todos los recuerdos familiares, una estirpe de olivareros. Del Molino, por su parte, hacía referencia al «término forastero, que tiene una carga peyorativa en la isla». Reconozco que la frase, así soltada sin anestesia, fue un latigazo. Un recuerdo que tenía aparcado allí en el fondo: una mirada condescendiente, expectativas académicas no muy halagüeñas con la cantidad de zagales de todas las provincias en un aula abarrotada. «¿Y vosotros de dónde sois? No reconozco vuestro acento», me decía una profesora que empezó a recomendarme novelas. Los libros nos dan el horizonte que no tuvieron nuestros padres, que salieron escopeteados de esa España ahora vacía. Mi agradecimiento infinito a las librerías que montan festivales, a las que organizan talleres de lectura infantil para que mis niñas se envenenen de letras. A las librerías que os empeñáis en traernos escritores para librarnos de la soledad ultraperiférica, a las bibliotecas que sacian la curiosidad y alivian el gasto del yonqui de la literatura.