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Empezaré disculpándome. La semana pasada se nos murió Kunta Kinte cuando ya había mandado mi artículo de los miércoles y no había tiempo para escribir otro y pedir que lo cambiaran. Así que aunque sea con una semana de retraso, aquí estoy para cumplir con mi deber. Que no se diga.

Se llamaba en realidad John Amos y tenía 84 años, pero para quienes a finales de los setenta vimos Raíces fue siempre Kunta Kinte, daba igual qué otros papeles hubiera representado antes o después. Tanto es así que cuando ya nos hemos olvidado incluso de cómo termina la serie, todos seguimos teniendo fresca en la memoria aquella escena del tercer capítulo y encogemos los dedos de los pies dentro de los zapatos al revivir el momento preciso en que uno de los cazadores de esclavos que le han dado alcance y han acabado con su huida toma el hacha para asegurarse de que nunca más volverá a intentarlo. La televisión y el cine también tienen eso. De la misma manera que puedes ver morir de golpe a decenas de miles de individuos sin pestañear porque solo es una película y, en cambio, sentir una pena infinita ante la cojera de un perro aunque solo sea una película, reaccionas cruzando instintivamente las piernas en el sofá cuando James Bond, atado desnudo a una silla sin asiento, tensa todos los músculos de su cuerpo preparándose para recibir el primer golpe bajo de Le Chiffre en Casino Royale.