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De tanto en tanto, y prácticamente desde el día siguiente al golpe de Estado frustrado de hace más de cuarenta años, vuelve el 23-F a la palestra informativa y al debate político. Desde el día siguiente al asalto de Tejero al Congreso y a los acontecimientos que se sucedieron después, se abrió un boquete en el relato oficial que ponía en cuestión el papel del Rey que, aparentemente y según ese relato oficial, estuvo del lado de la democracia y, desde la tele, detuvo el golpe vestido de capitán general. Que un general, Armada, tuvo un papel destacado y luego calló -como ahora oímos que le dijo el Rey a una amante tiempo después- se contó desde el primer día. No se han dejado de publicar libros desde entonces. Hay uno, relativamente distanciado del momento, que se llama El golpe del Cesid. Se publicó en 2001, lo escribió Jesús Palacios, y deja claro eso de lo que ahora vuelve a hablarse y que puede sonar a nuevo para las generaciones que vinieron después. Parece que hay pocas dudas de que políticos de todos los partidos supieron por activa o por pasiva de una operación de espaldas al Parlamento para dar con un gobierno -que presidiría un militar, por supuesto- cuya lista es muy conocida. Y se sabe que Tejero rechazó la lista que le mostró Armada (había metido a Felipe González de vicepresidente político) pues para ese viaje no se subleva uno. Posiblemente sea Javier Cercas el único en asegurar rotundamente que el Rey estuvo al margen. Y en Anatomía de un instante, prefiere centrarse en tres personas que sí se jugaron el tipo: Gutiérrez Mellado, Carrillo y Suárez. Le daba vueltas a todo esto el otro día oyendo a David Uclés y Sergio del Molino. Qué hallazgo sería un retrato del rey caído, quemado o villano en clave de realismo mágico, tal que El otoño del patriarca. Al menos, mientras esperamos que se desclasifique todo lo que afecta al 23-F y se imponga la realidad.