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La nada es un elemento muy tenue, carente de dimensiones, pero si se acumula mucha por efecto de la charlatanería audiovisual y medioambiental, a su vez compuesta por naderías, puede alcanzar un espesor extraordinario, y provocar sensaciones abrumadoras en ciertos espíritus sensibles. Que de pronto empiezan a accionar los dedos espasmódicamente sobre sus teléfonos móviles, o sobre el mando del televisor, en una búsqueda desesperada de algo que alivie el peso de la nada. Sí, la nada en grandes cantidades es pesadísima, y culpable de que los hombros se abatan, los huesos duelan, los músculos se ablanden y, llegados a edad avanzada, todos caminemos encorvados y resollando. De ahí que a muchos les irrite sobremanera la gente que habla y habla, o escribe y escribe, y con una habilidad asombrosa, consigue no decir nada ni por casualidad. Porque incrementan el espesor de la nada, una sustancia tan letal y opresiva que no hay más que ver los pesados y complejos trajes que requieren de los astronautas para soportarla durante unos minutos. Y eso que la nada de los paseos espaciales sólo es parcial y de poca monta, no auténtica nada. No se puede comparar con la nada de un discurso político, o incluso de un estudio sociológico o una perorata cultural, que exigen miles de palabras y nuevos conceptos a modo de andamiaje para sostener su tremendo espesor. Cuando se habla del espesor de la nada la gente suele echar la culpa a los políticos, expertos en no decir nada con gran derroche de medios y alardes verbales, pero para nada son los únicos. Ya mencionamos a los sociólogos, y es algo injusto, porque el arte de la nadería es un fenómeno global, y tecnológico, que abarca todos los ámbitos y disciplinas. El literario y cinematográfico, por ejemplo. Cada vez hay que hacer pelis más largas para que les quepa la cantidad de nada exigida por sus creativos, y parece que con menos de 800 páginas de plúmbeas naderías no hay libro que triunfe. No resto mérito intelectual, sean o no políticos, a los sujetos capaces de perorar indefinidamente sin decir nada, pero ya tengo una edad, y temo que al peso y espesor de la nada me estén aniquilando. Me duelen hasta las plantas de los pies.