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El municipio de Llucmajor tiene 38.722 habitantes. Solo 14.637 viven en la principal localidad, mientras que el resto habita en los múltiples núcleos de población que comprende el término municipal. El tren anunciado el pasado jueves por el Govern pretende conectar Palma y Llucmajor en 28 minutos pasando por Son Oliva, Son Fortesa, Can Capes, Son Gotleu, es Coll d’en Rabassa, el polígono de Son Oms, es Pil·larí, Bellavista, ses Cadenes, s’Arenal y el polígono de Son Noguera, conectando también el hospital de Son Llàtzer, el aeropuerto de Son Sant Joan y el futuro recinto ferial cercano a Son Ferriol. Uno de los objetivos del trazado es conectar «grandes centros de población residente y puntos estratégicos generadores de movilidad». Y parece que será así, sobre todo en Palma. Si se hace el ejercicio de ver la población de los diferentes núcleos por donde pasará el tren una vez se deja atrás es Pil·larí, se observa que el barrio palmesano de ses Cadenes tiene 436 vecinos empadronados, aunque suponemos que se beneficiarán también los 4.598 vecinos de ses Meravelles, mientras que s’Arenal está dividido entre ambos municipios con 6.850 palmesanos y 9.612 llucmajorers. Bellavista, de Llucmajor, tiene 349 personas empadronadas. Está situado junto a Cala Blava, que tiene 321, y Son Verí Nou, que tiene 816. A partir de aquí, el tren gira hacia el este, al polígono de Son Noguera, y por tanto no va hacia el sur para poder dar servicio a núcleos como Maioris Décima (1.149 habitantes), Puig de Ros (1.700), sa Torre (3.610), Badia Blava (1.627), Badia Gran (2.020), Tolleric (577) o Les Palmeres (1.315). A pesar de que el tren no llegará, por tanto, a todas estas urbanizaciones llenas de personas que deberían vivir en Palma -puesto que en su mayoría nacieron en Palma y trabajan en Palma- y que se desplazan mayoritariamente a Ciutat cada día en coche, hay que suponer que se ha decidido el mejor trayecto posible y que se crearán zonas con aparcamiento suficiente para que puedan subir al tren desde un lugar cercano a su casa.

Otra cuestión es preguntarse si vale la pena gastar 690 millones de euros en un tren de 27,4 kilómetros que verá la luz como pronto en 2032. La pregunta, que es básica y obligatoria desde el punto de vista de un economista, en el mundo real se convierte en tramposa porque algunos solo la plantean a la opinión pública cuando se refiere a determinadas partidas de inversión que benefician a personas con poca influencia en este tipo de decisiones. La respuesta es sí, aunque tengo serias dudas de que lo vean mis ojos. Y mientras tanto, es mucho más barato y eficiente mejorar el servicio y la red ferroviaria y de autobuses actual para los más de 400.000 ciudadanos que tienen la tarjeta intermodal.