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El principio de Hanlon sostiene que «nunca atribuyas a la maldad lo que se pueda explicar con la estupidez». Pues bien, utilizaremos este principio para saber qué persiguen los exalumnos de Montesión en su cruzada contra el proyecto inmobiliario del antiguo colegio. En teoría, es imposible que personajes de primer orden social de Mallorca, educados en el conocimiento metódico y exigente de los jesuitas, anden a la caza de un tiempo perdido. No puede ser que lloriqueen por las esquinas con los corazones rotos como poetas románticos de segundo orden. Ellos no son estúpidos, sino malvados, nos diría Hanlon. Sigamos pues por esa vía. Los jesuitas educaban también en el conocimiento crítico. Siempre han sido incómodos en el seno de la iglesia, fuera de ella e incluso entre ellos mismos. Si consideramos entonces que los exalumnos no ponen sobre la mesa dinero o alternativas posibles al futuro socio-sanitario del edificio, sólo nos queda una respuesta para entender lo que persiguen. Ellos quieren que el techo y las paredes se derrumben y que unos carteles recuerden que aquellas ruinas fueron el primer colegio que se fundó en Mallorca en 1561. Así se expresa la grandeza moral e intelectual jesuítica mientras se pone en evidencia la decadencia de la jerarquía religiosa, incapaz de sostener un edificio educativo de tan alto nivel, y la ignorancia de los políticos, que no hacen nada por salvarlo. No son lloriqueos de poetas ramplones por un viejo edificio en el centro de Palma, estamos ante un suicidio como el del joven Werther, la épica más grande jamás expresada. Y ojo, que están a un paso de conseguirla, Ad Maiorem Dei Gloriam.