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Si está usted leyendo este artículo en el sábado    12 de octubre sepa que hoy es el Día Terrible del judaísmo, aquel en el que toca reflexionar para alcanzar un perdón general que debe nacer aquí, entre nosotros, para poder ser refrendado desde lo Alto. Así que si alguien se ha sentido ofendido por mis palabras, obras u omisiones me tiene hoy en actitud suplicante, solicitando su gracia.

Ruego, sin embargo, que se eviten las confusiones: perdonar no significa olvidar. Y yo no olvidaré nunca la noche en que, finalizado el shabat, me enteré de la terrible masacre perpetrada por el grupo terrorista Hamás en tierras de Israel.

Me encontraba en Menorca, mi paraíso personal de muchos otoños. Como es preceptivo, había cerrado mis canales de comunicación con el exterior. Al abrirlos, decenas de mensajes repiquetearon en mi móvil. La mayoría eran de la embajadora de Israel y de mi presidenta Prohens. Ambas me comunicaban que, debido a la gravedad de los acontecimientos, se cancelaba la audiencia que debía celebrarse el lunes siguiente en el Consolat de la Mar, que entre todos habíamos preparado con la mejor de las ilusiones.   

Recuerdo que tardé horas en ser consciente de la magnitud de la tragedia. Ya de vuelta a Mallorca escribí una frase tan profética como previsible: «Hoy somos víctimas pero mañana seremos considerados culpables».

Ha pasado un año que ha sido muy duro para mí, y me consta que también para muchos otros. Aunque avezado a la incomprensión y la mala fe de quienes tienen por norma culpar a los judíos de todo lo malo que acontece, quería pensar que la terrible matanza nos depararía un poco de consuelo, tanto cercano como lejano. Me equivoqué: oficialmente, solo Margalida Prohens ha sido capaz de dar la cara por nosotros y lo ha hecho de manera institucional y también personal. De octubre a octubre he perdido amigos, he tenido que luchar contra recelos y reproches. Y he sufrido mucho. Demasiados silencios y demasiadas ofensas me han cambiado por dentro y por fuera. Lo peor han sido las admoniciones de los «buenos», de los que apelan a la «complejidad del conflicto» para no conceder a Israel el derecho a la defensa.

El pasado lunes un centenar de judíos y simpatizantes nos reunimos en la plaza de Cort para reivindicar nuestra presencia y nuestra condena al plan de Irán de borrar del mapa nuestra tierra ancestral. Ahí estábamos, doloridos pero fuertes. Sin dar opción al olvido.