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La reciente borrasca Kirk dejó unos 23.000 hogares sin luz en Galicia; con los coletazos del exhuracán volaron edificios, cayeron cientos de árboles, hubo desprendimientos, se desbordaron ríos, se interrumpieron las comunicaciones y hubo cosechas arrasadas por el viento. Estos hechos resultan especialmente preocupantes porque en Galicia todo está preparado a conciencia para resistir los habituales temporales. En Florida, tras el paso del Milton, tres millones de personas se quedaron sin electricidad, hubo cinco millones y medio de desplazados, miles de casas e instalaciones destruidas y un número aún indeterminado de muertos y damnificados. Parece la crónica de una guerra, y de hecho lo es: la guerra que la sociedad tecno-industrial ha desatado contra la naturaleza.

El mar emite la mayoría del oxígeno de la atmósfera (no los árboles, como creíamos) e igualmente es el mayor capturador de CO2 (que tampoco son los árboles). Pero los océanos han acumulado cantidades ingentes de energía en forma de calor en los últimos cien años, y ambas capacidades se encuentran ya en su límite, y su elevada temperatura provoca la sucesión creciente de desastres meteorológicos. Se podrá decir que siempre hubo huracanes, pero lo que resulta inédito es su frecuencia e intensidad. Kirk y Milton son sólo dos ejemplos. De exactamente esto nos avisaban, casi desesperados, los científicos implicados en el tema: «Pasará esto, pasará lo otro», y ya está pasando. Nada se ha hecho por remediarlo; por el contrario, se han continuado emitiendo década tras década cantidades enormes de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Las consecuencias son ya innegablemente visibles, y lo serán más.

Mientras, los negacionistas de la evidencia siguen arrasando en las elecciones de muchos países que se dicen desarrollados y presumen de altos niveles educativos. De Estados Unidos a Italia y de Hungría a Austria apóstoles del suicidio ecológico alcanzan el poder aupados por millones de votantes negacionistas o indiferentes (no sé qué es peor). Suelo acabar mis frecuentes artículos en estas páginas sobre medio ambiente y sociedad con un esperanzador «aún estamos a tiempo», pero creo que voy a dejar de hacerlo.