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Los grandes desafíos del siglo XXI, desde el cambio climático y la seguridad alimentaria hasta el desarme nuclear o la ciberseguridad, son problemas internacionales con una importante dimensión científica que ningún país puede abordar en solitario. Requieren soluciones globales para las que es imprescindible adaptar los instrumentos y estrategias de la política exterior a un mundo de creciente complejidad científica, y velar para que la ciencia ocupe un lugar relevante en las agendas de política exterior y en la diplomacia internacional.

En 2010, hace casi 15 años, la Royal Society y la American Association for the Advancement of Science, publicaron el informe Nuevas Fronteras para la Diplomacia Científica, en el que se establece una primera taxonomía para la diplomacia científica. En él se contemplan tres tipos de acciones: las de Diplomacia para la Ciencia, que se dan cuando se usan las herramientas clásicas de la diplomacia para apoyar a la comunidad científica y promover la cooperación internacional; las de Ciencia en la Diplomacia, cuando la comunidad científica hace aportaciones en política exterior para ayudar a tomar decisiones, facilitar su implementación y evaluarlas; y las de Ciencia para la Diplomacia, cuando se utilizan la ciencia y las conexiones en la comunidad científica, para mejorar las relaciones entre países y mitigar tensiones geopolíticas y sociales; es conocido que el acuerdo nuclear con Irán se facilitó, en su momento, porque en las discusiones estuvieron involucrados dos físicos que habían trabajado juntos en el MIT.

Tras la publicación de este influyente informe, el concepto de diplomacia científica se difundió rápidamente entre la comunidad científica. La UE, los EEUU y varias organizaciones internacionales han celebrado conferencias y ejecutado programas de capacitación, y países, como España, han adoptado sus propias estrategias.

La semana pasada, tuvo lugar en Palma un interesante debate sobre el Valor de la Diplomacia Científica, organizado por el Club de Roma. En él participaron Ana Elorza, responsable de la Diplomacia Científica en nuestro país, el embajador Jorge Dezcallar, y Octavi Quintana, director del programa PRIMA, un exitoso programa de diplomacia científica que impulsa la UE en el área mediterránea, en un momento muy complicado.

Los hombres y mujeres científicas, por sus capacidades y posición, además de producir conocimiento, pueden jugar un papel muy importante como seres humanos comprometidos con los grandes problemas del mundo. Lo hicieron en plena guerra fría, liderados por Russel y Einstein, en relación con las armas nucleares. Creo que, en este momento, su compromiso es también absolutamente necesario.