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El otro día Pedro Sánchez proclamaba que España no es un país racista y que «si somos hijos de la migración no vamos a ser padres de la xenofobia». Una frase muy bonita y efectista que le habrá escrito alguno de sus muchos asesores. Pero que… como casi todo lo que escuchamos de los políticos, es mentira podrida. Primero, porque millones de españoles no somos hijos de la migración, la inmensa mayoría yo diría –podríamos rastrear nuestro árbol genealógico hasta cinco siglos atrás en el mismo terruño–, y segundo porque no es que seamos xenófobos, es que somos directamente racistas. Lo demostraré con un pequeño ejemplo. Hace poco se proclamó el Nobel de Literatura, otorgado a la escritora surcoreana Han Kang. Una noticia aparentemente neutra de la que deberíamos alegrarnos todos, especialmente si hemos leído alguna de sus obras. Sin embargo, más allá de mostrar su desconocimiento, muchas personas que pertenecen al ámbito literario –escritores, críticos, profesores– lamentaron en redes que el premio se lo han concedido solo por ser mujer y, además, asiática. Es decir, gente culta –por supuesto, casi todos hombres– que en vez de correr a la librería a comprar cualquiera de sus novelas y lanzarse a bucear entre sus magníficas letras, dan por hecho que una mujer no merece el Nobel por sus méritos literarios y, si es de algún país lejano o de una raza distinta a la nuestra, mucho menos. A mí me encantaría vivir en esa España de la que habla Sánchez, tan progresista, moderna, abierta, culta y divertida. Pero no la veo por ningún sitio. Es más, lo que respiro a mi alrededor es racismo, xenofobia, machismo, bastante facherío y un nivel cultural que deja mucho que desear y que se basa en tópicos y bulos.