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Hace años que el Premio Planeta, con los fastos que le preceden y le siguen, sus obras y sus pompas, me traen sin cuidado. Creo que desde el año, ya lejano, en el que el premio literario mejor dotado del orbe español fue a parar a mi querida amiga Maria de la Pau Janer, he ido perdiendo paulatinamente el interés por el evento. Ahora mismo no soy capaz de recordar el nombre de la ganadora de este año, que se ha hecho con el millón de euros y la estatuilla por una novela ambientada en el Berlín de la posguerra. Leí también en algún sitio que esa señora ya fue designada finalista hace cosa de tres años, y que otra vez la impresionante capital alemana andaba de por medio. Se ve que la premiada llevaba tiempo gozando de las preferencias de los dioses protectores que rigen el tinglado. Deseo que les vaya bien y que la novela ganadora –cuyo mejor premio es la promoción que está teniendo y va a tener– haga las delicias del público lector que todavía cree en estas cosas.

Lo que yo pienso, y lo he escrito ya de mil maneras, es que una capital como Palma necesita ya su ‘Planetilla’: un premio literario de envergadura –obviamente en catalán– dirigido preferentemente a los autores isleños y que cuente con una dotación que faci entrar en gana: 200.000 eurillos, poco más o menos. Vamos a ver: premios mallorquines bien dotados, haylos, pero –a mi modo de ver– están mal organizados, como lo demuestra que todos ellos son flor de un día. El Ciutat de Palma no está mal, pero es que aparte de la gala del Teatro Principal, el eco mediático del mismo es muy escaso. Además, con las normas actuales te expones a que lo gane un señor que vive en la Patagonia, lo cual no creo que sea precisamente un aliciente para nadie.

En cuanto a los premios del Consell –con Munar o sin Munar, con la izquierda o con la derecha– no pasan de ser un fogonazo y un enorme gasto en recursos públicos. Esa idea de que tenga que ser el ganador quien se busque una editorial para llevar entre ambos el asuntillo y partirse las castañas, es un despropósito como la proa del Titanic. La fórmula es mucho más sencilla: un jurado de prestigio, una editorial sólida que se comprometa a llevar a cabo una gran campaña de promoción y, en suma, una organización que deje de mirar a los culturetas mendicantes que en esta isla somos y contemple de una vez por todas objetivos más ambiciosos. Tampoco es tan difícil. ¿O sí?