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Sucede también en otras ocupaciones, pero entre los analistas de la cosa pública hay semanas en que a duras penas se encuentra algún asunto que despierte interés disector y otras que, en cambio, se nos acumula mucha plancha, como en ésta, pero es que el Calaportal es precisamente eso, una voluminosa acumulación de cosas desordenadas.

Para empezar, no salgo de mi asombro de ver que nuestras Islas constituyen objetivos de primer orden para toda clase de indeseables. La detención de dos personajes de nacionalidad rumana llegados exprofeso para vandalizar con sus creaciones-basura flamantes vagones de la SFM -‘heroicidad’ que consiguieron- me reafirma en que la imbecilidad, como la maldad (Alemania, 1933-1945), puede llegar a ser colectiva. Sí, reconozcamos de una vez que importamos chusma de toda clase, genuinos imbéciles que, ya sea para pintarrajear vagones, muros o bienes patrimoniales, para constituir bandas de pandilleros o para sustraer carteras o relojes de alta gama, se establecen entre nosotros con la complicidad de una legislación buenista surgida de las brillantes mentes de nuestra intelectualidad progre y acomplejada. Al final, una multa -que jamás pagarán- y para casa o, incluso peor, si se trata de hampones menores de edad, una pequeña reprimenda y a seguir delinquiendo. O las autoridades se toman en serio esta percepción ciudadana, o les auguro un incremento exponencial del extremismo. Políticos como Nayib Bukele, presidente salvadoreño, ganan adeptos cada día. Sus recetas son simples, fáciles de entender para la ciudadanía y sumamente efectivas. El primer derecho fundamental a proteger es el de la gente decente a vivir en paz.

En el Parlament catalán están de enhorabuena. Su cafetería, al fin, ha terminado con los abominables Conguitos, que tanta desgracia han causado durante generaciones entre todos nosotros, especialmente entre los niños. Hace falta estar muy enfermo -imbecilidad colectiva 2.0- para ver tintes racistas en los cacahuetes chocolateados de toda la vida. La libertad está herida de muerte, porque estos inquisidores de pacotilla quieren domesticar nuestros hábitos y nuestro lenguaje como instrumento para moldear nuestras mentes y convertirnos en peleles a su servicio. George Orwell, más actual que nunca.

Mención especial merece esta semana Álvaro García Ortiz, que tiñe de progresiva indignidad una institución tan vital en una democracia como su Fiscalía, por indicación de Pedro Sánchez, a cuyos exclusivos intereses sirve cual lacayo a su señor. Nunca en nuestra historia un fiscal general fue declarado inidóneo por el Consejo General del Poder Judicial, ni, obviamente, estuvo imputado por un grave delito relacionado con el ejercicio de su cargo. Dimitir no es una opción, es una simple obligación si es que le resta un átomo de responsabilidad, cosa que ya dudo. Y, si no dimite, debe ser destituido, aunque solo sea por camuflar transitoriamente la deriva bolivariana de este infumable PSOE sanchista.

Al funeral de la Oficina Anticorrupción no han acudido ni sus allegados. Durante años hemos mantenido un órgano político, sectario e inútil -ni un solo caso de corrupción destapado-, pero legal. Se llama despilfarro en lugar de malversación solo porque lo aprobó el Parlament.