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Yo era de salir a correr cada día menos uno, cuando me tomaba un descanso. Eso era antes. Ahora soy de salir a correr un día y descansar seis. Cosas de la edad. Al final lo he ido poco a poco arrinconando, lo de correr, pero trato de neutralizarlo saliendo a caminar por la mañana. La ruta que sigo me lleva a pasar por delante de varios colegios de jóvenes de entre diez y catorce años, aproximadamente. El otro día unos veinte alumnos esperaban a que abrieran las puertas de su centro educativo. Todos estaban mirando su móvil. Ninguno hablaba con el otro. Era miércoles. Recuerdo mis miércoles de hace cuarenta años atrás, cuando, a la edad de esos jóvenes, esperaba junto a mis compañeros para entrar en el aula en el colegio Sant Bonaventura de Artà. Comentábamos la serie del martes por la noche, se acordarán seguro, se llamaba Aquellos maravillosos años y siempre sorprendía. También es verdad que éramos fáciles de sorprender, pero se daba una interacción que ahora supongo que sigue existiendo, pero es más virtual, más tecnológica y no sé si mejor. Creo que no, pero no me atrevería a hacer una afirmación tan categórica. Supongo que a cualquiera de esos niños les pones ahora un capítulo de la serie en la que Kevin Arnold intentaba llamar la atención de Winnie Cooper y no aguantarían ni cinco minutos frente al televisor. A día de hoy es difícil no retrotraerse a esos años cuando escucho la voz ronca de Joe Cocker que abría cada capítulo con una versión de la canción de los Beatles With a little help from my friends. Esos compases nos adentraban en una serie inolvidable. Tal vez esos años no fueran los mejores, pero empiezo a estar bastante convencido de que eran mucho más maravillosos que los actuales. Igual estoy equivocado y es que, como le sucedía a Kevin Arnold, yo casi nunca tengo las cosas muy claras.