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Vivimos en un país en el que la polarización se traduce en hemiplejia política que impide admitir las faltas de los contrarios. Siendo cierto que hay escándalos relacionados con casos de presunta corrupción que señalan actuaciones de varios miembros del Gobierno durante la pandemia, y que otros salpican al entorno más cercano de Pedro Sánchez, ya tendríamos que estar hablando de dimisiones y de elecciones anticipadas.

Pero ni se esperan dimisiones, ni estamos en vísperas de comicios. Y los dirigentes de la oposición deberían tenerlo en cuenta porque la impaciencia es mala compañera de viaje y parece que se ha instalado en la cúpula del PP. Cuesta razonar sus apresuramientos porque algunas iniciativas acaban en derrotas tácticas que se archivan como maniobras fallidas. En los últimos días tres muy sonadas. La primera, un gran fallo al no advertir el cambio en la ley que recorta la condena de los etarras y el posterior gatillazo del Senado al intentar remediar el fiasco. Después, la querella presentada por el PP contra el PSOE por presunta financiación ilegal que fue rechazada por la Audiencia Nacional. Y la tercera fue el disparo con pólvora de salvas en lo que se convirtió el emplazamiento de Núñez Feijóo a Pedro Sánchez para que presentara la dimisión.

Se diría que falta un discurso que vaya más allá de denunciar las mentiras de Sánchez. Un discurso acompañado de la presencia de un equipo parlamentario capaz de anticipar la imagen de un futuro gobierno que no se limitara a criticar los desmanes del sanchismo. Ideas claras sobre qué hacer y cómo afrontar los problemas que en seis años no han sido capaces de resolver los socialistas. Y, como recomendaba el emperador Augusto, apresurarse despacio midiendo bien los tiempos.