TW
1

Recuerdo haber leído que hoy en día es muy difícil encontrar un político popular no ya en España sino en el mundo. Hace unos días, Jorge Dezcallar decía en su conferencia en el Movimiento Europeo de Baleares que en las elecciones en Estados Unidos está en juego la democracia. Si juntamos estas dos frases es para echarse a temblar.

Se puede argumentar que Donald Trump es muy popular. Conocido sí, querido es otra cosa. Vamos ya por el tercer intento de asesinato. ¿Cómo es posible que se haya llegado al extremo de no tener un solo político europeo que sea referente y guía para la población? ¿Qué ha ocurrido en el mundo para que esté en juego la democracia en las elecciones de uno de los países más libres del mundo?

La política ha dejado de ser aquel noble arte de negociar para conseguir lo posible y se ha convertido en un bazar donde todo se compra y se vende, donde actores sin escrúpulos y sin criterio moral mercadean con los votos de los ciudadanos y con los dineros de los corruptos y corruptores.

Hay una tendencia a pensar que «políticos, los de antes». Una sensación de que hace años (30, 50, 100 años) los políticos eran mejores, tenían más preparación y manejaban la cosa pública con más decencia. Hay algo cierto. Creo que es debido a tres factores.

En primer lugar, antes no existía realmente la profesión de político o si existía era siempre temporal y accesoria del ejercicio de una profesión u ocupación privada. En segundo lugar, con todo el ejercicio insustituible de la democracia, antes había unas élites sociales y económicas que manejaban los hilos con una sólida formación e instrucción. En tercer lugar, cada vez más los actores políticos son más jóvenes, reclutados por los partidos políticos. No tienen una sólida instrucción, ni les interesa, porque van a desarrollar su carrera siempre en el interior de un partido político

Hoy las administraciones manejan sumas ingentes de dinero con lo que la corrupción directa es muy tentadora pero la corrupción de las infinitas subvenciones que crean clientelismo es aun mayor.

No se busca gente razonable sino soldados que configuren alrededor de sus líderes un muro de contención y de servilismo. Proliferan los sofismas en ese mundo artificial que ha creado la política para consumo interno y cuyo alcance entre la gente se resume en una frase habitual «son todos iguales». Así no se crean líderes populares sino estrategas de tres al cuarto.

Decía Lord Carrington, secretario del Foreign Office: «Los norteamericanos no se conforman con ser los que mandan, es que además quieren que les quieran». Tal como va la cosa pública es muy difícil querer a sus actores.