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En una empresa privada son necesarias horas para hacer una compra; en una pública se requieren semanas porque ha de llamar urbi et orbi a los proveedores; la Administración, aún más farragosa, allí donde es eficiente puede tardar hasta tres meses en hacer la convocatoria, seleccionar las ofertas y escoger al proveedor. En Baleares, en cambio, necesitamos un año porque los encargados de estos procesos lo bloquean todo con sus trabas. Cuando no existía la informática se tardaba menos porque había más voluntad. Así estábamos con la izquierda y así seguimos con los pánfilos.

Hay una conselleria entera, la de Turismo, cuya única función real es redirigir el dinero de la ecotasa y marear los expedientes para así justificar su existencia. Es posible que sea más cara la estructura que lo recaudado por la ecotasa. Todas las demás funciones de Turismo, todas, se han trasferido a los Consells, pero aquí nadie dice ni una palabra porque a nadie le importa la eficiencia y sí la disponibilidad de cargos para colocar a los militantes de sus partidos.

Decía una periodista que la crisis del PP con Vox ponía en peligro la aprobación de leyes. ¿Leyes? ¿O hay un programa de leyes? No. Llevamos un año y medio y no se ha hecho nada digno de mención. Ni se hará. El mismo balance que Armengol. Cuatro ocurrencias y basta.

Al cumplirse un año del nuevo gobierno, Prohens dijo que Baleares había cambiado de arriba a abajo. Armengol coincidía con su rival en la profundidad del cambio: para la primera había sido a mejor; para la segunda nos habíamos sumergido en el caos –empleó esta palabra–. Para los ciudadanos no cambió nada. Parálisis total. Como viene ocurriendo desde hace ya décadas. ¿O alguien ha notado algo?

Hace dos años decía aquí que Armengol no había hecho nada: «gobernar hoy es no enfadar a nadie, que parezca que se está cambiando todo pero sin cambiar nada.» Añadía que los sindicatos, las patronales y sus asimilados aplauden a rabiar porque obtienen todo lo que piden. Hoy debemos repetirnos: los médicos, que no se creían lo que les firmó Armengol, hoy alucinan con la carrera profesional; los taxistas con su ley anti Uber; igual los empleados públicos y hasta los camisetas verdes de la enseñanza, adormilados en dinero incluso con la derecha que les subleva. Todo sigue igual.

Algo sí cambia y eso explica que Prohens lo vea hoy todo color de rosa y la otra, al revés. El PP colocó a todos los que llevaban más de un mes de militancia. A todos. «Tú, ¿electricista?, a Industria; tú, ¿tienes coche?, a Transportes; ¿sabes leer?, a Cultura». No se coló nadie competente, ni independiente, lo que explica que hoy Prohens vea cómo su entorno mejoró en calidad de vida, en la misma proporción que los matados de Armengol han tenido que buscarse la vida como un ciudadano de a pie.

El Govern funciona a media jornada, de diez a dos. Antes de las diez, llevan los niños al cole, porque tienen que conciliar. Son los únicos que lo hacen porque nadie les pide producir nada. Y se creen que el mundo es así. Hay un conseller que dice que la presidenta le ha instruido de que no hay que enfadar a nadie para ganar las elecciones.

Se salvan dos consellers: una que se largó apenas le dieron permiso, harta de tanta mediocridad; y el otro que echó a todos los mandos intermedios impuestos por el partido y nombró un equipo con neuronas. Por cierto, los únicos que trabajan por las tardes.

Por lo demás, la estructura está absolutamente bloqueada. Ni para adelante ni para atrás. Incapaces de gastar el dinero. Impotentes hasta para comunicar a los profesores interinos las plazas que les tocaron. Por no ser capaces, ni siquiera gestionan la publicidad, que es un dinero para alegrar a los medios.

¿Ustedes creen que los consellers y directores generales del Govern no dicen nada por prudencia? No, es que no saben para qué están. ¿Qué iban a decir? O como Costa, que podría hablar días y días sin decir nada. Digno sucesor de su jefa. Es su filosofía: ni un enfadado, ni una incomodidad, ni una decisión, ni una idea. En dos años tendremos que decidir la lideresa menos lamentable.

Así funciona la gran alianza entre los funcionarios y la militancia partidista: entre ellos no se hacen daño, no se molestan, y sobreviven sin hacer nada. Un matrimonio de conveniencia. El funcionario veterano, con poder, se pone las botas con estos inútiles: los lleva por donde quiere, se regodea con su incapacidad, y los ningunea. Al final, no gobierna nadie.

Los demás, mientras, hundiéndonos lentamente. Hemos pasado de líderes a segundos, a terceros, y ahora ya vamos octavos en España. Y seguimos aplaudiendo las mismas tonterías.