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Iñigo Errejón no es el primero ni será el último en hacer daño a las mujeres. Personajes como él también dañan a los hombres. Por eso no entiendo que no se levanten y sean más contundentes en exigir responsabilidades, en aliarse a la causa común de la lucha feminista y que no es otra que cambiar el mundo. Y en un mundo distinto, se pide perdón a las víctimas: las mujeres.

No hay disculpa ni arrepentimiento en ese tuit de despedida del ya exportavoz de Sumar. Él sigue erre que erre en su denunciado, y ya aireado, maltrato a las mujeres, al redactar un texto narcisista, en el que se erige como víctima del patriarcado en función del alto cargo que ocupa en la política. He tenido que leerlo muchas veces y cada vez me lacera más. Me provoca una desazón tremenda. No hay ni un gramo de arrepentimiento en su discurso, en una ceremonia del adiós que da mucha vergüenza. Demasiado gallo negro espoleando al que considera inferior: nosotras, las mujeres.

Algunas de sus víctimas le están denunciando. Se secan el llanto, se arremangan el miedo, la humillación y describen en un muro de tantísimo dolor lo que hombres como Errejón han hecho con ellas. La periodista Cristina Fallarás creó hace ya algunos años ese aliviadero que si bien es anónimo en su publicación, es un paso hacia la dignificación de las víctimas. Ya hemos tenido tiempo suficiente de saber, en nuestras carnes, o en las de otras mujeres, la parálisis que te produce cualquier asalto a tu dignidad.

Por eso no nos sirve este tuit de salida de la arena política de quien busca dignificarse ya en sus primeros renglones cuando escribe de su compromiso en la política y en la militancia como su ‘manera de estar en el mundo’. ¿Qué mundo? El de los poderosos, los arrogantes, los mentirosos.
En su caso se presenta más grave por haber sido un líder del pensamiento igualitario, de emancipación de la mujer, del sí es sí, entre otros avances. La disociación entre sus discursos feministas y sus actos de acosador sexual, según ha denunciado ante la policía la actriz Elisa Mouliaá –por ahora, la única víctima que ha expuesto su caso a la luz pública–, hacen un daño total: desde la esfera íntima de mujeres anónimas, algunas de su entorno político, a la esfera social que le otorgó, no lo olvides Erre que Erre, las personas que te votaron, entre ellas muchas mujeres.

Las consecuencias de ese pasteleo con el ego alcanzan a la alta política. La pregunta está en el aire. ¿Por qué calló la izquierda que tú representabas si todo indica que tus «contradicciones», por usar tu jerga, y que las víctimas describen así: «Cerró la puerta, puso el pestillo, me tiró en la cama... sacó el miembro...», son presuntamente un delito?

Es hora de denunciar, exigir y asumir responsabilidades. La izquierda de este país lo va a tener muy mal si no remonta este hundimiento. Y no queremos más tuits como el de Erre que Erre.