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Es una terrible sorpresa que una figura política que destacaba por su labor en pos de los derechos de las mujeres, abogaba por la salud mental como una prioridad y destacaba por un discurso inteligente acorde con su imagen de empollón, sea una combinación de todo aquello que repudiaba. Y ha sido una oleada de denuncias anónimas en las redes de equis mujeres supuestamente agredidas por el ya exportavoz de Sumar la que obligó a Errejón, tras sincerarse con su partido y, posteriormente, con Sumar, a retirarse de la vida política. No hay teorías conspiranoicas ni mujer que se quiera aprovechar de él como algunos berzotas aluden, ni ninguna posibilidad de error. Él mismo lo confesó a sus compañeros de partido y la nota que publicó en la red X no da lugar a dudas: vive en una contradicción en la que el personaje se come a la persona. No sé si es una lúcida reflexión, si su conducta venía de antes de hacer carrera política o se ha desarrollado tras llegar al Congreso; lo que es cierto es que en cierta manera la ley del ‘solo sí es sí’ es la que sentencia su futuro, algo que nadie hubiera sospechado. Hasta el jueves por la tarde, día que anunció su retirada, no había ninguna denuncia en el juzgado (ahora sí la hay), pero tampoco hacía falta, ya que la izquierda siempre ha dado por buenas las denuncias en redes. Algunos lo equiparan a otro tipo de casos vinculados a la derecha, como si se tratase de una rivalidad de equipos de fútbol. Y no, para nada es igual, es sencillamente todavía más denigrante porque de un determinado sector te puedes esperar ciertas actitudes. Somos el resultado de lo que hemos vivido desde críos, las gracietas machistas, los chistes verdes, los piropos casposos, los exabruptos tendenciosos que exaltan una supuesta virilidad, pero Errejón seguramente no era dado a todo eso y de ahí deriva lo más deleznable su conducta: ser absolutamente consciente de lo que hacía.