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Dicen que los niños y los viejos -algunos añaden a los borrachos- siempre dicen la verdad. No lo sé. Lo que sí considero es que con los años las personas tendemos a decir más lo que verdaderamente pensamos, nos es más indiferente lo que se piense de nosotros, sobre todo por parte de algunos. En mi caso creo que, por regla general, siempre he dicho lo que pensaba, asumiendo las consecuencias positivas y negativas que ello tenía para mi. A estas alturas no creo que cambie. Básicamente porque no me da la gana y ya no me vale la pena.

Viene ello a cuento de unas declaraciones de Alfonso Guerra en una entrevista alalimón con Felipe González en un programa matutino de televisión. Me llamó la atención la escasa sintonía entre los dos grandes líderes del PSOE de los setenta y ochenta. Un distanciamiento más de pose que materializado en nada concreto. Aunque nunca fui un gran admirador de uno y de otro, me sentí más cercano de Guerra, quizás porque los dos somos Géminis y nacimos el mismo día -aunque de años distintos- y porque habitualmente Don Alfonso hablaba más claro que D. Felipe, autor de la famosa frase «gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones», que traducido al cristiano viene a decir algo similar a «el fin justifica los medios».

En cualquier caso y habida cuenta del triste panorama que presenta hoy nuestra Patria, D. Alfonso dijo algo que podría sernos de utilidad a todos, aunque especialmente a la casta política y, sobre todo, a los dirigentes del actual PSOE. Guerra censuró la decisión del partido de 1934 de echarse a la calle, de apostar por la revolución, por la violencia en ese año ante un gobierno de derechas y bajo el argumento de que un presidente tan poco sospechoso de antirrepublicanismo como Lerroux iba a integrar en su gobierno a tres ministros de la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA), presidida por Gil Robles. El mero anuncio provocó que el PSOE avanzara la revolución en Asturias y el intento subversivo en Madrid, no lo olvidemos, al que se sumaron los separatistas, no muy valerosos francamente, de Companys y compañía. Si hasta llegó a reconocer que la derecha había ganado las elecciones… algo casi inaudito en la izquierda española. ¡Un alto jerarca del PSOE durante más de veinte años reconociendo una derrota electoral y censurando la reacción antidemocrática y violenta -revolucionaria le llaman ellos- ante tal osadía del pueblo soberano!

Y es que el Golpe de Estado revolucionario, aquí el adjetivo lo ha usado siempre la izquierda para darle una apariencia de legitimidad y supremacía moral, supuso el asesinato sin juicio de centenares de personas, entre ellos servidores públicos, a los cuales no se puede hoy resarcir de alguna forma anulando la sentencia de muerte, porque simplemente no hubo, fueron vulgares asesinatos. Algunos de los que defendieron a la República y sobrevivieron fueron, tras las elecciones de abril de 1936, separados del servicio o sancionados. Como es conocido, los condenados por atentar contra la República fueron indultados e incluso no pocos de ellos fueron sacados de la cárcel antes de que la amnistía superara los trámites preceptivos.

Además el Sr. Guerra habló de autocrítica, en unos términos más creíbles -por ejemplo- que la carta de Errejón referida a cómo vehiculaba sus ardores sexuales. Repito que nunca he sido un gran defensor de Alfonso Guerra, sin embargo estas afirmaciones concretas sí podrían ser de utilidad a nuestra Nación si en lugar de levantar muros y defender leyes memorialísticas que dejan fuera de su campo los crímenes anteriores al 18 de julio de 1936, los realizados por izquierda y por derecha, estuviéramos gobernados por dirigentes que respetando a todas las víctimas de la violencia política de los años treinta, apostasen por dejar de emplear un pasado ya remoto para tensionar a la sociedad, levantar cortinas de humo y emplear a las víctimas de unos y otros con el fin de conseguir unos cuantos votos fruto más de la visceralidad que de la racionalidad.