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Yo lo de las audiencias de televisión, qué quieren que les diga, nunca he acabado de entenderlo del todo. Sobre el programa de gimnasia de la mañana en IB3, por ejemplo, se me ocurren ahora mismo unas cuantas preguntas que no consigo que nadie me responda. ¿Se cuenta la gente que lo ve o solo la que a la vez que lo ve va haciendo los ejercicios que le mandan? Y luego: ¿Hay alguien que se siente en el sillón a esperar que empiece el programa para después no molestarse en hacer siquiera un triste estiramiento? Y más aún: ¿De verdad hay alguien en estas islas que a las ocho de la mañana y todavía en pijama se ponga a hacer flexiones ante el televisor? ¿Ustedes tienen idea de quién es?

De la misa de los domingos, por el contrario, ya sabemos que, así en general, suele tener a mucha gente al pie del cañón y se entiende que esa, para los efectos, cuente toda. Luego ya que cada cual se las apañe con su conciencia. Porque tampoco tengo muy claro cuándo considera hoy la Iglesia que se cumple satisfactoriamente el precepto en modo televisivo. Qué pasa si, es un suponer, te has levantado tarde y cuando enciendes la tele el cura ya va por la consagración. O te llaman por teléfono en medio del sermón y te pasas diez minutos hablando de tus cosas y al colgar ya está todo el mundo comulgando. O si te levantas para ir al baño aprovechando que ese pasaje del Evangelio ya te lo sabes y de paso te acercas a la cocina para hacerte otro café y en eso te pierdes el Padrenuestro. Que con este Papa nunca se sabe.