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Leo con asombro que Suecia y Dinamarca van a seguir los pasos de su vecina Noruega y dictar leyes que prohíben el matrimonio entre primos, tíos y sobrinos. La noticia, en bruto, choca tanto que uno se pregunta cuántos de estos enlaces puede haber en sociedades tan pequeñas como para necesitar promulgar leyes al respecto. Pero, claro, la marea woke que nos arrastra hace que la prensa tenga que callarse la mitad de los datos para que no se le acuse de racismo, discriminación o cualquier otra tontada que no viene a cuento. Por eso es necesario leer con detenimiento cada una de las palabras de la noticia para acabar de comprender lo que realmente está diciendo. No, no es que las sociedades de origen vikingo conserven costumbres ancestrales de endogamia, sino que los inmigrantes acogidos en ellas, procedentes de India y alrededores y de varios países musulmanes siguen practicando sus viejos ritos de matrimonios forzosos, a menudo entre familiares cercanos, para mantener a las mujeres bien atadas. Y eso es lo que la legislación pretende atajar, que las féminas sigan siendo propiedad de sus padres, maridos y hermanos varones, como ha sido siempre en esos países de mierda, dominados por religiones medievales. Resulta curioso que hoy en día, avanzando a toda mecha el siglo XXI, en un país occidental, desarrollado y democrático como es el nuestro, tengamos que frenar la lengua para no pronunciar según qué palabras. Las cosas son como son y la realidad es muy terca, no entiendo por qué un periodista no puede contarlas, que de eso va su profesión. No es racismo, es denunciar hechos intolerables en nuestra sociedad, como que un cerdo de 40 años se case con su primita de quince. Ella, por supuesto, obligada.