No me gusta ser catastrófica, pero mucho me temo que nos tenemos que preparar para lo peor. La tragedia de la Comunidad Valencia ha supuesto un golpe muy duro, muchas personas han muerto y la cifra puede seguir aumentando. Aunque lo más importante son las vidas humanas, tampoco se pueden olvidar los elevados daños materiales: centenares de valencianos han perdido sus casas, sus negocios, sus recuerdos... Lo sucedido en la región vecina nos trae a la memoria la tragedia de Sant Llorenç: el 9 de octubre de 2018 una riada se cobró la vida de 13 personas.
Aunque afortunadamente no ha habido muertes que lamentar, este año hemos tenido varias inundaciones graves en Mallorca, la última este pasado lunes. Este viernes volvemos a estar en alerta naranja por lluvias y tormentas muy fuertes; el recuerdo de Valencia nos hace estar con el alma en vilo.
Lamentablemente, nos tenemos que ir acostumbrando a estas situaciones adversas, ya que el cambio climático está provocando que cada vez sean más frecuentes.
Los políticos no pueden quedarse de brazos cruzados, y mucho menos enzarzarse en la disputa y la brega; es imprescindible que se pongan a trabajar conjuntamente.
Lo sucedido en la Comunidad Valenciana demuestra que se tienen que actualizar los protocolos. La intensidad de las lluvias hace necesaria una comunicación más eficaz y directa con los ciudadanos. Es imprescindible avisar a la población que en determinadas situaciones no se puede salir de casa.
Otro aspecto importante es que ahora estamos pagando los errores del pasado; durante un tiempo se construyó sobre torrentes y zonas inundables. Sin embargo, a la naturaleza no podemos robarle lo que es suyo; ante las lluvias torrenciales el agua se abre camino, aunque haya casas o coches.
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