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Como suele ocurrir con la actualidad mediática, lo que hasta ayer no le importaba a nadie, súbitamente se convierte en polémica ante la que hay que responder, so pena de ser aplastado. Por eso, hace unas semanas, Lluís Apesteguia, el líder de Més, el partido nacionalista de izquierdas de Mallorca, tuvo que salir a explicar por qué algunos dirigentes de su partido vendían sus casas a extranjeros o se construían piscinas, al tiempo que políticamente están en contra.

Apesteguia adujo que, si bien como formación política Més se opone a que se vendan viviendas a no residentes y a que se construyan (más) piscinas, los dirigentes de su partido pueden hacer lo contrario siempre que sus conductas estén dentro de lo permitido por la Ley. O sea que cabría hacer una cosa y al mismo tiempo defender la contraria. Lo que está bien en el discurso político, está mal en casa. Y al revés.

Como relato urgente ante el acoso mediático pase; como postura ante la vida, es sorprendente. Tanto que yo no creo que Apesteguia piense así. Si lo hiciera, debería cesar en sus críticas a los hoteleros mallorquines que allá por los cincuenta y sesenta edificaron legalmente en nuestras costas, o al machismo histórico porque estaba tolerado en las normas e, incluso, a la esclavitud, reconocida en los ordenamientos legales de su época.

Defienda lo que defienda Apesteguia de verdad, a mí me parece deplorable una sociedad en la que los valores descienden desde el legislador a los ciudadanos y no al revés: la Ley, en realidad, debe consagrar nuestras creencias, lo que es un convencimiento general. Las conductas deben salir de la educación y de la aprobación social, no de la amenaza policial. El individuo no ha de necesitar tener el Aranzadi en la mano para saber qué hacer, es el legislador el que ha de redactar las leyes de acuerdo a lo que los ciudadanos consideramos normal, aceptable, deseable. De tal manera que si no hubiera leyes, la enorme mayoría de los ciudadanos se debería comportar exactamente de la misma forma. ¿O los que no son corruptos, ni violadores, ni ladrones, ni asesinos lo hacen sólo por temor a la pena? ¿Es que necesitamos de las leyes para saber qué está bien y qué está mal? Primero está la decisión de los individuos y después las normas. Una sociedad es aquello que son sus ciudadanos, sus valores, creencias y principios.

Existen políticos que creen que ellos tienen como misión construir un nuevo hombre, reorganizar la convivencia, jugar a ingenieros sociales. Eso suele exigir de la vigilancia policial porque cuando las normas no brotan de la gente hay que imponerlas por la fuerza. No vean en qué han acabado la mayoría de estos experimentos, tanto a la derecha como a la izquierda.

Mallorca, diga lo que digan las leyes, podría no haber vendido sus terrenos para hacer hoteles; si todos los propietarios rechazaran las ofertas de los compradores extranjeros, no habría gentrificación; si socialmente fuera una vergüenza tener una piscina en casa, no dilapidaríamos el agua; si estuviera mal visto alquilar las casas por semanas, no tendríamos el problema de la vivienda que tenemos. Las leyes lo permiten pero no nos obligan. Es una decisión individual.

En nuestra vecina Córcega, sin ir más lejos, con un marco legal prácticamente idéntico impuesto por la Unión Europea, apenas tienen turismo porque los corsos son muy suyos. Y eso que lo que tienen no se puede llamar ni autonomía ni autogobierno.

A mí me parece obvio que antes que las leyes están los principios propios. Los valores. No era necesaria toda la normativa woke que fija cuotas a las mujeres para que la gente justa no discriminara a aquellas merecedoras de un puesto. Igual que un profesor con principios nunca castigará a un alumno que lo cuestione, ni se vengará de un estudiante por cualquier motivo espurio. No es necesario ni es posible que el legislador se meta en estos detalles para determinar cómo nos hemos de comportar. Todos sabemos perfectamente bien qué es correcto y qué no lo es, sin necesidad de que se legisle hasta el menor detalle. Es más, mejor que se limite a elevar a Ley aquello sobre lo que hay consensos amplios.

Diga lo diga Apesteguia cuando se ve acosado por la prensa, evidentemente las normas van desde los ciudadanos a los legisladores y no al revés. El poder verdadero es del individuo en su calidad de ciudadano. También Més lo sabe, por algo cuando aprobó la posibilidad de alquilar las casas de los pueblos vía Airbnb lo hizo reflejando el sentir de la sociedad y, obviamente, de sus votantes que querían una alegría a final de mes. Porque esos mismos ciudadanos hablan con el voto y esto sí que les duele. A todos.