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El tsunami de hipocresía que arrasa a la izquierda no tiene parangón. El ya tan manido ‘caso Errejón’ –y lo que te rondaré, morena, aunque no sé si esta expresión es del todo afortunada, visto lo visto– me recuerda los partes oficiales de las víctimas tras un terremoto, que van creciendo día a día. He vivido lo bastante como para saber que la hipocresía es consustancial al ser humano. Casi nada es lo que parece, especialmente si hacemos caso de los mensajes de quienes quieren disponer de nuestras vidas. Lo que pasa es que el pueblo traga pero no calla. Incluso en la más oscura noche del franquismo, con el secuestro de todas las libertades, podías encontrar las versiones auténticas –el reverso de la moneda– en las gloses populares, los chistes, las medias palabras y las insinuaciones. Las relaciones sexuales del clero, por ejemplo, corrían de boca en boca, eran secretos murmurados en la oscuridad de las tertulias e incluso cantados en el fervor festivo de familias y grupos, por ejemplo, en las matances. En mi pueblo todo el mundo sabía que el cura que oficiaba la misa del alba tenía una amante fija –a la que se señalaba con nombre y apodo– y un montón de historias de faldas en su largo historial. Estoy seguro que los recios payeses de los años 40-50 de las marjals pobleres no se hubiesen creído nada de la farsa del 15-M, que nació como una causa redentora y liberadora y está feneciendo en un magma de bajeza e hipocresía. El pueblo llano, apretado por las necesidades y escarmentado por una historia hecha de engaños y falsedades, tenía muy calados a los de la doble moral. Hubiesen echado el ojo a Errejón en una revetla de Sant Antoni: «Aquest és un sant de guix, més fals que un duro sevillano». El gran teatro de la política, las redes sociales y la prensa tradicional han anestesiado nuestra vieja perspicacia, la que aprendimos de nuestros mayores que habían vivido una guerra y sabían que una sotana negra o una camisa azul podían tapar las vergüenzas de la inmoralidad pero no ocultarlas. Que, por supuesto, la izquierda no tuvo nunca esa superioridad moral que han exhibido hasta ahora, repartiendo certificados de bondad y justicia. Que el patriotismo de la derecha es una filfa urdida por una élite montada en sus corceles de privilegios y prebendas.

Concluyendo: que Errejón y compañía –tampoco Alvise– podrían habérnosla dado con queso a los de mi generación. Ahora es otra cosa.