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Este vertiginoso año 2024 ya está marcado por escándalos de asuntos sentimentales, de pareja o, incluso, por ataques de bragueta. Todo ello se ha visto sazonado con imparable estridencia mediática. Con tal algarabía, es probable que amplios segmentos sociales pierdan la fe en la democracia.

El último alboroto ha corrido a cargo del zumbado Íñigo Errejón, denunciado por abusador sexual. Culmina una temporada vertiginosa. El pasado invierno aparecieron un par de libros asegurando que Letizia Ortiz tuvo un supuesto amante alojado en La Zarzuela cuando ya estaba casada con Felipe de Borbón. Después le llegó el turno a Juan Carlos I y las pruebas de haber estado liado con Bárbara Rey, sujeto a chantaje pagado por el erario público.

Y todo aderezado por la imputación de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno, por tráfico de influencias, corrupción en negocio privado, intrusismo y apropiación indebida, a causa de varias querellas de la extrema derecha. También ha sido empapelado por presunto delito fiscal el novio de la presidenta madrileña Ayuso. Y como consecuencia ha sido arrastrado nada menos que el fiscal general del Estado.

Tenemos tocada la Jefatura del Estado (aunque protegida por la inviolabilidad), la presidencia del Gobierno, con Pedro Sánchez convertido en pieza a batir. A su vez queda malparada la Fiscalía General. Y la autonomía madrileña.

¿Nos hallamos ante una arrolladora barahúnda de coincidencias que ridiculizan las instituciones? ¿O estamos ante la acción de una mano invisible que maneja los hilos con frialdad mefistofélica, empujando nuestras conciencias hacia el desprecio de la política? Y si fuese así, ¿qué busca esta mano? Tal vez una sociedad sumisa, descreída y blanda. Un solar donde instaurar un nuevo orden dominado por la jerarquía, la férrea disciplina y la patrimonialización del poder, para, como diría Donald Trump, «hacer de España una, grande y libre otra vez».