Recuerdo que cuando era niño, durante la Semana Santa, esperaba ansioso la llegada del Domingo de Resurrección y con él el fútbol que ponía fin a aquellos días de tedio infinito en los que no tenías nada qué hacer porque no se podía hacer nada y la única televisión que había se dedicaba a emitir conciertos de música sacra, misas, películas de romanos y procesiones interminables. No solo el Nazareno: con el pitido inicial del árbitro de turno al tercer día volvíamos a la vida todos.
Hoy mismo no puedo evitar preguntarme qué más será necesario que pase en este país para que se suspenda una jornada de Liga al completo. No es la primera vez que lo expongo aquí: ¿Y si un viernes por la tarde aterrizara de pronto una nave extraterrestre en Madrid? ¿Se suspendería todo por fin o el Barça se empeñaría en jugar igualmente?
Tanto da que cada nuevo drama haga olvidar al anterior: el fútbol continúa reclamando su lugar en las portadas de los periódicos al lunes siguiente. Sentados ante el televisor contemplando las noticias de la tragedia de Valencia, apenas nos acordamos ya de Putin y de la guerra de Ucrania, hemos perdido la cuenta de los líderes terroristas que lleva eliminados Netanyahu, y los negocios de Begoña y los cariñosos mensajes de Koldo a Armengol nos parecen ya cosa del siglo pasado, pero si no nos levantamos, es porque sabemos también que en algún momento alguien daría paso a sus compañeros de la sección de Deportes y podremos ver los goles de la jornada.
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