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Desde el 29 de octubre, cuando empezamos a ver imágenes del diluvio universal en Valencia, y se comenzó a medir la magnitud de la tragedia, primero en metros, minutos y fallecidos, luego en centímetros, segundos y víctimas, tanto los políticos como los medios informativos no han dejado de buscar al culpable. Y conforme pasaban las semanas y los datos se multiplicaban y hacían más exactos (medidas de espacio, de tiempos, de pluviometría, de muertos, de gestión), se multiplicaban igualmente los culpables. Dificultando el hallazgo del gran culpable, que por fuerza debe ser uno, y por costumbre en estos casos cuando no gobierna el PP, el Gobierno. Siempre he creído que el gran desarrollo de sistemas de pesos y medidas, aparte del interés científico, obedecía a la obsesión humana de saber quién ha ganado la carrera (lo que exigió inventar las milésimas de segundo), y si el resultado fue legal o ilegal, justo o injusto, verdad o mentira. Y por supuesto, quién es el culpable principal. Ahora ya somos capaces de medir hasta el tamaño y densidad de una duda, la anticipación de una alarma, las cosas que alguien hizo y no hizo, y naturalmente, a la manera de la Iglesia, el peso exacto de los pecados de omisión y pensamiento. El VAR, por ejemplo, en su afán de medirlo todo para evitar errores arbitrales, ha creado las figuras punibles del penalti inmaterial y el fuera de juego metafísico (lo que se llamaba estar en línea con el último defensor), certificando así la vieja sospecha de que a mayor cantidad de datos más confusión, y a más exactitud numérica, esto sí que no se lo esperaban, más inexacto el juicio. El sueño de la precisión también engendra monstruos. Desde ese nefasto 29 de octubre, llevamos semanas escrutando con el VAR cada detalle y cada instante del cataclismo, cada palabra que alguien dijo o no dijo, cada gesto de las autoridades y los damnificados. Sin olvidar factores históricos y geográficos, así como el ordenamiento jurídico y las competencias administrativas. Inútil esfuerzo, puesto que el culpable por denegación de auxilio y malas intenciones, según el líder Feijóo, es el Gobierno. Y la UE de rebote. ¿Estamos midiendo ya las intenciones? Desde luego. Como las de la ministra Ribera, que aún no ha dimitido por si acaso algún día fuese imputada.