Se ha ido demasiado pronto, a los 62 años, apenas sin avisar. Antonio Gomila Pons, líder de la construcción en Menorca y artífice de la mayor empresa del sector en la Isla, era un empresario hecho a sí mismo. Hábil y sagaz en los negocios, en los que demostró tanta habilidad como inteligencia para diversificar todas sus inversiones, en la esfera personal era un hombre discreto, reservado, tímido incluso, que buscaba y valoraba la intimidad.
Pocos sabían cómo era realmente. Entre ellos, Pablo Jaén -otro muro de contención y silencio- y, naturalmente, sus hijos, que lo despiden con esta la maravillosa letra y la música de Joe Cocker: «Yes, I’m my father’s son». En el combate emocional entre la cabeza y el corazón, ellos seguirán los pasos y las enseñanzas de su padre, psicólogo de la vida, que atesoró tantos secretos. Ahora constatamos como, en las hemerotecas, apenas hallamos entrevistas y referencias personales.
Evoco tantas ocasiones en las que quedó como asignatura pendiente la conversación periodística, solicitada reiteradamente. Gomila sabía que eras periodista. Te trataba y hablaba como amigo, pero pedía que respetases su off the record. Daba un paso atrás cuando le pedía el origen de su empresa y su trayectoria en Menorca y Mallorca, con oficinas abiertas en Binissalem, Selva y Mancor de la Vall. Con instinto innato para los negocios, prefería callar para seguir gestionando su participación en sectores tan diversos, además de la construcción, como la inversión y la promoción inmobiliaria, el suministro de agua potable, la depuración, limpieza y mantenimiento y otros muchos servicios públicos.
«Antonio Gomila Pons no es importante, lo principal es la empresa que lleva mi nombre», repetía, amable. Sonreía, astuto y generoso, y abordaba otro tema, dando por cerrado el enésimo intento para conseguir la entrevista.
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