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Un oficio que creíamos ya desaparecido para siempre, el de zapatero remendón, está volviendo a ejercerse de nuevo en Palma. Ese es otro de los efectos colaterales e imprevistos de la crisis que estamos padeciendo desde hace ya algunos años, aunque los indicadores macroeconómicos nos digan que «España va bien». Sin embargo, nuestro país no debe de ir del todo bien, cuando cada día más personas buscan algo de comida en los contenedores de basura. Por lo demás, quienes de momento aún tenemos trabajo, vamos sobreviviendo como podemos y ya no tiramos nada que pueda ser todavía utilizado, ya sea una prenda de vestir o una nevera, hasta que acaba su ciclo vital. Si vamos a sustituir algunas cosas que hay en casa, optamos por ponernos en contacto con Cáritas o con Deixalles, por si pudieran servir aún a otras personas. Si algún objeto falla o está roto, intentamos repararlo, y si no es posible, lo depositamos en algún contenedor para su reciclaje cuando nos corresponde hacerlo. Al pasear por Palma, vemos cada vez más tiendas con sus puertas cerradas definitivamente, mientras que las que sobreviven lo hacen con gran dificultad. En diversos establecimientos, se compra y se vende casi cualquier cosa, al mismo tiempo que los negocios de compraventa de oro están viviendo una nueva época dorada, y valga la redundancia. Mientras los políticos de cualquier signo nos hablan siempre de que todo mejorará en el futuro, vivimos en un presente que nos recuerda, al menos en parte, aquella realidad desoladora y gris que vivieron nuestros abuelos o nuestros padres en el pasado.