Llegar a Algemesí la semana pasada con la Fundación EuroAfrica fue como entrar en una dimensión paralela: un espacio donde la realidad se mezcla con los retazos de una novela de posguerra. Un grupo de voluntarios, venidos desde distintos rincones de Mallorca, dejó atrás sus rutinas para tender la mano a un pueblo sumido en el caos tras la última DANA.
Algemesí es una ciudad fantasmal donde el barro ha sepultado no solo calles y edificios, sino también sueños y esperanzas. Recorrerla es enfrentarse a una escena que desafía nuestra percepción de la organización y el deber institucional. En su lugar, aflora la anarquía y el altruismo espontáneo: cocineros preparando comida caliente, monitores de tiempo libre organizando actividades y manos solidarias reconstruyendo lo que otros han abandonado.
La historia de los propietarios de una pequeña fábrica, Colchones Mivis, es un ejemplo de la tragedia humana que envuelve esta crisis. Hace veinte años, una pareja emprendedora levantó con esfuerzo y dedicación un negocio que hoy yace en el lodo, arrasado por la tormenta, justo después de recibir un importante pedido de una cadena hotelera de la Isla. El destino, caprichoso como siempre, quiso que unas manos mallorquinas llegaran para ayudarles a sacar el barro.
Otro golpe al corazón fue el colegio Carme Miquel. Ver a niños jugando en un patio lleno de barro, conscientes de que no volverán a clase este año, fue desolador. Son niños de entre 9 y 12 años que han sobrevivido a una pandemia y ahora deben enfrentar otra desgracia, sin tregua para respirar o recuperarse. Los rumores sobre la posible demolición del colegio y la ‘rifa’ del contrato de reconstrucción entre conocidos generan una indignación que choca con la inocente imagen de los niños. Mientras las élites políticas juegan al ajedrez burocrático, los voluntarios solo pensaban en una cosa: devolver a esos niños a sus aulas.
Lo que realmente inquieta no son solo las historias que descubrimos en el terreno, sino el eco distorsionado que resuena fuera de él. Desde Mallorca seguimos una narrativa incompleta, incluso manipulada, sobre la tragedia de los pueblos afectados por la DANA. Aquí entra en juego la cuestión de la información, o mejor dicho, de la desinformación. Vivimos en un tiempo en el que el relato ya no pertenece a quienes lo viven, sino a quienes lo moldean desde sus escritorios o algoritmos. Las redes se han convertido en un negocio de matones digitales. Las palabras ‘libertad de expresión’» se usan como paraguas para la difamación y el ataque impune.
Lo advertí en mi columna en Ultima Hora el 28 de abril de 2022: Elon Musk es un peligro para la democracia, pero ¿es el dueño de Twitter, el único culpable? Por supuesto que no. Lo repito: cuando los medios de comunicación se convierten en armas, la democracia informativa yace en su ataúd.
Algemesí me recuerda que la verdad a menudo no se cuenta como es. Se exagera, se minimiza o simplemente se omite. Pero también me recuerda que, aunque el barro lo cubra todo, siempre queda espacio para la solidaridad. Desde Mallorca, Algemesí no es solo un grito de ayuda; es un puente entre lo que somos y lo que podemos ser cuando nos dejamos llevar por la generosidad.
La realidad supera la ficción, sí. Pero cuando la ficción la contamos juntos, también puede superar a la indiferencia.
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