Cuando era pequeño no poníamos árbol de Navidad, lo popular eran los belenes. Recuerdo que montábamos el belén en el sótano, sobre una mesa de obra de albañilería que entonces me parecía realmente ancha y no sé lo que me parecería ahora.
Según la tradición cristiana, Jesús nació en un establo de Belén, una ciudad de Judea, y las primeras representaciones de belenes se hallaron en las catacumbas de Roma, trescientos años después de Jesucristo. Fue San Francisco de Asís, casi mil años más tarde, quien realizó una representación navideña del nacimiento de Jesús en una cueva, con figuras humanas y de animales. Esta costumbre se extendió y los belenes se popularizaron en todo el mundo cristiano y se sofisticaron con aportación de paisajes, miniaturas de edificaciones, pastorcillos, cometas y reyes magos. No sé a quién se le ocurrió primero llevar el realismo de la figuración hasta el extremo de poner un caganer -es qui caga, decíamos nosotros-, un poco escondido tras unas ramas. Muy oportuno porque ya dicen que a Dios rogando y con el mazo dando y si te entran ganas de… pues… Lo cortés no quita lo valiente.
Sin embargo, hay algo que aún no veo en los belenes. Desde luego, no veo a la pareja que se quedó en la cama igual, como George Brassens el día de la Fiesta Nacional, pero no me refiero a eso, sino a algo más inevitable y sin duda alguna más trágico. La cultura cristiana tiene muy presente la muerte, como puerta hacia el cielo o el infierno -el premio o el castigo después de la vida- y como promesa de resurrección cuando llegue el día del Juicio Universal. Pero no veo tumbas en los belenes. Y me pregunto, ¿existe algo más natural que la muerte? Sobre todo, ahora, con la guerra de Gaza azotando aquella zona y con grandes cantidades de muertos. Al fin y al cabo, Belén sólo dista diez kilómetros de Jerusalén, la capital de Israel.
Claro, comprendo que los belenes, también llamados «nacimientos» y «pesebres», se montan para celebrar el nacimiento de Jesús, mientras que para evocar su muerte existe la Semana Santa. Pero aun así, había tumbas en Belén, aunque seguramente no tantas como ahora.
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