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Incitar, verbo asombroso que según el diccionario RAE consiste en inducir, impulsar o instigar a alguien a una acción, esconde tras una apariencia sencilla centenares de actividades corrientes, hasta el punto que bien se podría decir que o incitas o eres incitado, y normalmente ambas cosas. Sobre todo en las sociedades avanzadas y muy comunicadas, toda vez que comunicar suele ser incitar. La publicidad, que es el motor del mundo y la base del capitalismo y de la democracia, abarca casi todas las formas, legales o no, de incitación, incluida la sexual, y si las religiones y las ideologías no tienen otro objetivo que incitar a una serie de acciones, la política tampoco se dedica a otra cosa. Y la pedagogía no te digo. Los políticos, más astutos que los pedagogos, prefieren la palabra impulsar a incitar, que les suena demasiado descarada y directa, y así se pasan la vida impulsando esto o lo otro. Incitando, en definitiva. Aquí hay que decir que incitar, aunque malsonante, no es en principio delito, salvo que se incite a la comisión de delitos de odio o terrorismo. Y aun así, tanto la libertad de expresión como la práctica política, cargada de instigaciones, incitaciones y provocaciones, no permiten que se considere como tal. Si esas incitaciones al odio fuesen realmente un delito penado, ni los Parlamentos ni muchos medios de comunicación, sobre todo redes digitales, podrían ejercer su labor. Visto pues que todos recibimos a diario centenares de incitaciones, algunas asquerosas (hemos venido al mundo a ser incitados), y que muchos preferirían incitar a ser incitados («Yo incitaría, pero…»), y no saben, o incitan sin darse cuenta y sin saber a qué, he aquí unas nociones básicas para conjugar este verbo extraordinario. ¿Cómo se incita? La publicidad lo tiene claro. Dando a entender que se hace otra cosa. Filosofía, por ejemplo. O información. Luego, conviene incitar a alguien que no lo necesite, lo que facilita la operación. ¿Incitó Biden a Zelenski para lanzar misiles de largo alcance? ¿Y Trump a Netanyahu? Ni Zelenski ni Netanyahu necesitan que nadie los incite. Incitar sin incitar es el abecé de la incitación. Aunque claro, hace falta un poco de práctica.