Si a usted le gusta el estudio de las lenguas probablemente habrá pensado que el título es un ejemplo de manual de lo que se entiende por palabras sinónimas. La familia, eje vertebrador de la sociedad en cualquier cultura, se identifica de manera casi inmediata, al menos en el imaginario cristiano, con la celebración de la Navidad. Y por ese motivo vamos a reflexionar hoy sobre lo que suponen estas fechas para las familias desde una perspectiva cotidiana. Un tema, no me lo negarán, apropiado para cerrar el año.
Ya se sabe que la Navidad significa paz, armonía y buenos deseos. Y si se le ha olvidado le recomiendo que se haga con un ejemplar del catálogo de una multinacional del norte de Europa que vende muebles y artículos para el hogar que usted, con ese ingeniero que todos llevamos dentro, monta en su casa o en la de su cuñado. En esa ficción publicitaria la cocina, la Navidad y la familia se unen para representar la absoluta perfección. Luces cálidas e indirectas, cocinas impecables con mamás despampanantes que preparan fantásticos pastelitos y querubines estratégicamente manchados de harina que juegan con un dócil can, que contempla la escena desde una cierta distancia.
De hecho, rara es la familia que consigue recrear el idílico ambiente de los modernos bodegones publicitarios porque la realidad y la ficción se suelen diferenciar casi siempre. A mi juicio, la Navidad familiar que todos conocemos se concreta en dos niveles que debemos ordenar cronológicamente: los preparativos y las reuniones en sí. Ambas constelaciones suponen una cierta tensión, intercambios de opiniones, por decirlo suavemente y, en algunos casos, muchas ganas de que todo pase muy rápido. Veamos por qué.
¿A quién le toca este año?, ¿qué comimos el año pasado?, ¿va a venir la novia de tu hermano?, ¿quién se encarga del vino? Podría seguir hasta el aburrimiento y me olvidaría de alguna pregunta clave en la fase de preparación. Un período agitado de listas, de llamadas y de visitas al aeropuerto que crea un escenario por todos conocido: centros comerciales a rebosar, luchas encarnizadas por una plaza de aparcamiento, atascos, precios imposibles, no precisamente por bajos, y mucho villancico reciclado tronando a todas horas en las tiendas.
Y todo esto para que lleguen las ansiadas cenas y comidas que suelen presentar un guion que, me atrevería a decir, es deseado por la mayoría de los asistentes: temas de discusión recurrentes, excesos verbales, gastronómicos y alcohólicos de todo tipo, descendencia acelerada correteando por la vivienda y mucha sabiduría de Google que todo presente en el ágape desea destacar con especial énfasis, no sea que quede uno como el tonto del clan.
Llegado a este punto del artículo, que me ha salido muy positivo como se observa, pienso que Navidad y familia suponen un oxímoron. Una contradictio in terminis si me lo permiten así. Bueno, tal vez he exagerado un poquito. Lo acepto. Si pienso en mis padres, que por desgracia ya no pueden celebrar más fiestas conmigo, recuerdo su alegría y sus esfuerzos para celebrar veladas agradables y entrañables. Con mayor o menor éxito, pero nadie es perfecto, ni tan siquiera en Navidad. Acepten, una vez más, uno de mis sabios consejos, disfruten de las fiestas y empiecen el 2025 con salud y energía. Y sean felices. Si pueden y les dejan, tanto como los ángeles que observan a sus mamás en el paraíso publicitario de los catálogos nórdicos.
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