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El entendimiento entre el PP balear y la izquierda en materia de memoria histórica, defensa de la lengua propia y la posible articulación de unos presupuestos autonómicos que beneficien al conjunto de la sociedad isleña, implica también acordonar a los reaccionarios de Vox, tal y como hicieron las democracias europeas a partir del año 1945 hasta conseguir alcanzar un nivel de desarrollo y tolerancia jamás visto. Los negros nubarrones ultraderechistas actuales sin duda se desvanecerán tarde o temprano ante la solidez de tres cuartos de siglo continentales de paz y progreso.
Es en esta línea de avance histórico que ha de entenderse la mano extendida entre el Govern Prohens y la oposición de izquierdas. Este logro, sin duda histórico, es la constatación de la imparable capacidad de avance de una colectividad madura y libre.

Por fin, las élites dirigentes isleñas, independientemente de su diferente ideología, hacen piña para orillar a quienes no respetan los valores ocho veces seculares, que abarcan desde su lengua y su cultura hasta a su actual estructura docente y llegando la dignidad de su planificación territorial.
Eso significa, ni más ni menos, dar el gran paso de saber elevar el denominador común de sentirse una nacionalidad histórica por encima de los intereses de partido. Y este sentimiento infunde siempre valor y generosidad entre quienes lo comparten. Los dirigentes de Vox creyeron que chantajeando al PP podrían forzarle poco menos que a hacer retroceder cincuenta años a Balears, cuando su lengua propia estaba proscrita del sistema educativo y su capacidad de autogobierno estaba reducida prácticamente a la nada. Se equivocaron. Sus pataletas se han estrellado ante una sociedad mucho más fuerte de lo que creían.

Ahora comprueban con amargura que no se consigue hacer zozobrar a una nacionalidad histórica si está basada en duras agallas y sólidos cimientos.